Enrollarse en Francia, comer pizza en Italia, asistir a un macro concierto en Gran Bretaña y un "all night party in Spain" conforman el estereotipo de la buena vida para un joven europeo actual. La referencia la encontré en una revista Time consagrada a los jóvenes, a los que calificaba, en la portada del 2 de abril del 2001, con una gran foto de Penélope Cruz, como la "Generation Europa". Es una referencia que he utilizado varias veces. La última, con el título de Tributo del fin de semana , la escribí tras un fin de semana en el que 21 jóvenes habían muerto en la carretera en accidentes de tráfico provocados por el alcohol.

Los mal denominados incidentes del 11 de agosto en Lloret de Mar, lo que hemos sabido de las prácticas de algunos turoperadores europeos, así como la reacción de la consellera de Interior de Cataluña, (a la que aplaudo) y las del sector hostelero (que entiendo, pero no aplaudo) hay que situarlos, junto al trípode muerte-carretera-alcohol en los jóvenes, en el contexto más amplio al que hace referencia Time: España es vista como un ideal para los jóvenes europeos a la hora de pasar una noche entera de juerga con mucho alcohol, teniendo como únicos límites el propio cuerpo (algunas drogas ayudan al empeño) y en muchos casos, el dinero que se lleve encima.

POR ESO, EN todos los puntos de España --porque el tema que nos ocupa es de toda España--, la última hora de apertura de establecimientos es tanto más importante cuanto más tardía sea. Los empresarios de la hostelería lo saben muy bien y defienden con uñas y dientes el horario nocturno, cuanto más tarde mejor. En mi ciudad, San Sebastián, la Agrupación de Hostelería ha comenzado una recogida de firmas en varios bares y pubs de la parte vieja con el objetivo de impedir que el Ayuntamiento obligue a 16 locales a adelantar en hora y media su horario de cierre.

Pero no quiero cargar las tintas en la hostelería. En primer lugar, porque, como señalan ellos mismos con razón, nos se les puede meter a todos "en el mismo saco", aunque hay que añadir, en este punto, que cuando salen a defenderse, debieran ser ellos los primeros en "lavar la ropa sucia en casa" y expulsar a los hosteleros indignos de sus asociaciones profesionales. Así se vería que su voluntad va más allá de la meramente crematística. Amén de que salvarían, a medio plazo, su sector. Aunque, en cualquier caso, el tema rebasa ampliamente a los hosteleros. Es un tema de la sociedad.

Los que vivimos en zonas limítrofes con otros países sabemos que no hay uno solo de nuestros jóvenes que vaya a Francia o Portugal a pasar una noche de juerga. Pero nuestras ciudades se llenan de franceses y portugueses (y en paquetes fiesta, también de jóvenes de otros países) que, contagiados por el ambiente de los autóctonos se permiten lo que no harían en sus países. Pero no olvidemos que vienen atraídos por nuestros comportamientos, por nuestra forma de organizar la noche. Sólo que ellos, ya predispuestos a la juerga total, a la que los turoperadores les aseguran una iniciación práctica, no vuelven a sus casas sino al hotel a dormir la mona. De ahí la pertinencia de la expresión de "turismo de borrachera".

No puedo en el espacio de este artículo responder con la profundidad necesaria a las dos preguntas de fondo que hay que formularse para empezar a abordar, con lucidez y coraje, la situación actual. La primera es: ¿cómo hemos llegado hasta aquí, cómo nos hemos convertido en el Estado europeo en el que los jóvenes han cambiado los usos horarios, los fines de semana y durante las vacaciones (especie de fin de semana ininterrumpido), de tal suerte que se pasan las noches bebiendo y los días durmiendo? Y la segunda: ¿cómo es posible que los adultos no sólo no nos hayamos opuesto a tal desatino sino que lo justificamos, o decimos que es cosa de jóvenes, o pretendemos imitarlos? Después, pero sólo después de haber estudiado y analizado las posibles respuestas, cabrá pensar en una política global de actuación ante el alcoholismo juvenil con posibilidades de éxito.

ENTREtanto, hay que aplicar la denominada política de la harm reduction (la reducción del daño), inventada por los holandeses para hacer frente a la entrada masiva de las drogas en su país, pero aplicada al alcohol en nuestro caso. Política que en el estado actual de las cosas es absolutamente necesaria aunque radicalmente insuficiente. Necesaria porque es preciso cortar la sangría de tanto joven que deja la vida o queda tetrapléjico para siempre en las carreteras. Insuficiente porque la prevención inteligente, la general y la específica, siguen siendo primordiales. Pero, por favor, no criminalicemos hipócritamente a los jóvenes. Estos --lo hemos estudiado en mil sitios-- se comportan en gran medida como los adultos pensamos que deben comportarse por su condición de jóvenes. Hasta pretendemos, ridículamente, imitarlos cual Fausto vendiendo su alma al diablo para recuperar la juventud, ya irremisiblemente perdida.

*Catedrático de Sociología de la Universidadde Deusto