Como profesor me llama la atención poderosamente, una situación que se da en la enseñanza: el profesor que es exigente, probablemente tenga más suspensos que el que no lo es. Hasta aquí normal. Lo curioso es que el hecho de ser más exigente, suele ir acompañado de mayor número de molestias para dicho profesor: realización y corrección de exámenes de recuperación, petición de explicaciones (no siempre de forma educada) por parte de alumnos y padres, elaboración de informes para justificar el alto número de suspensos, llamadas de atención por parte de dirección y/o inspección educativa, informes individuales para ayudar a superar la materia a cada alumno... Ser un profesor exigente supone más trabajo para ese profesor. Por el contrario, el profesor cuyos alumnos obtienen aprobados generalizados (regalados) tiene muchísimo menos trabajo y menos quebraderos de cabeza. Esto es simplemente perverso. Se penaliza al profesor que intenta cumplir con la legislación y que exige a sus alumnos los conocimientos que marca el currículo, pero se ignora completamente el comportamiento del profesor que no cumple con su obligación y regala los aprobados. Lógico, los chavales contentos, los padres contentos con el aprobado y la administración educativa contenta con menos reclamaciones y con una mejora de los

resultados educativos y hasta del fracaso escolar. El origen de este problema es doble. Por un lado, un cambio cultural que entiende la educación como un bien de consumo y ante un suspenso (algunos alumnos y familias) reclaman como si hubiera una mosca en la sopa del restaurante, sin embargo no hay ninguna reclamación por aprobados generalizados (vean las notas de Religión de cualquier instituto). Por otro, una situación que es en cierto modo absurda, y es que aquí el entrenador del equipo es también el árbitro del partido, es decir, quien enseña es también quien califica. Si juntamos las dos tenemos un cóctel explosivo. Cambiar la cultura es difícil, pero y ¿hacer que el entrenador no pueda ser árbitro? Imagínense, que los alumnos de la misma materia en Aragón, hicieran todos el mismo examen, y que no se lo corrigiera su profesor, sino el del instituto de enfrente, como ocurre con la selectividad. Seguramente así el sistema mejoraría, ya que pudiera ser que alumnos y familias dejarían de exigir al árbitro y empezarían a exigir al entrenador. H *Profesor y economista