El calificativo histórico sufre un proceso de devaluación inversamente proporcional a su uso. El acuerdo alcanzado por China y Estados Unidos para conseguir una reducción de gases de efecto invernadero ha merecido dicho calificativo. Que los dos países que más contaminan en el mundo pacten limitar esos efectos es muy importante, pero lo que Barack Obama y Xi Jinpiang han firmado en el marco de la cumbre Asia-Pacífico reunida en Pekín es un acuerdo de corta ambición.

EEUU es un país con escasa conciencia del daño que los combustibles fósiles causan en el medioambiente. Allí, el negacionismo del cambio climático raya en el fanatismo. Con los precios del consumo de la energía muy baratos, es un país manirroto. China, con su acelerado crecimiento económico y con el acceso de miles y miles de sus habitantes a la sociedad de consumo, necesita enormes cantidades de combustible, que obtiene en gran parte del muy contaminante carbón. Son cada día más habituales las imágenes de grandes ciudades chinas envueltas en una nube de polución con unos niveles que ninguna sociedad occidental permitiría hoy en día.

CÁLCULO COMPLICADO

En este contexto, las reducciones propuestas no pueden ser radicales, que es lo que el mundo necesitaría, y tienen como fecha el año 2030. En un complicado cálculo que plantea más de una duda, EEUU se compromete a recortar entre un 26% y un 28% sus emisiones con relación a las del 2005. Y China dice que alcanzará su máximo nivel de emisiones precisamente el año del compromiso. La gran duda que plantea el acuerdo es saber cuál será el nivel de emisiones de China hasta el 2030. El pacto quiere allanar el camino cara a la reunión que el año próximo en París debe lograr un acuerdo mundial para el 2020, pero el limitado nivel de compromiso alcanzado en Pekín le resta ejemplaridad. Más allá de este acuerdo bilateral, la cumbre Asia-Pacífico ha servido para escenificar el nuevo poderío de China en la zona, un poderío que alcanza no solo a las cuestiones económicas, que sin embargo han ocupado la mayor parte de la cumbre. También las diplomáticas, con la necesidad de Obama de mejorar sus relaciones con Pekín, y la de abrir un diálogo entre China y Japón. Además, Xi se ha dado el gustazo de exhibir ante sus invitados un avión furtivo como muestra de su aspiración a poderío militar.