Encadenada con el zapatazo en España, la victoria de la izquierda plural en las elecciones regionales francesas ha provocado una oleada de análisis deductivos, algunos de ellos exageradamente barrocos y probablemente inexactos. Pero la explicación es mucho más sencilla, especialmente en el caso de las generales españoles. Rodríguez Zapatero ha ganado porque aquí la gente ha sido y es mayoritariamente de izquierdas. Todavía lo es más ahora pues los jóvenes recién ingresados en la condición de votantes también se han revelado progres , según todos los indicios. No hay más que ver los resultados del 14-M para captar la situación.

Hay más ciudadanos progresistas que conservadores. Esto es un hecho en casi toda Europa y más aún en España. Vean, si no, cómo frente a los nueve millones setecientos mil votantes del PP se alinean los casi once millones de sufragios socialistas, más los de Izquierda Unida, más los de Esquerra, el Bloque, Chunta y el resto de lo que el vapuleado Rajoy llamaba la sopa de letras . Incluso los partidos nacionalistas o regionalistas de centro (CiU, PNV, Coalición Canaria, Andalucistas, PAR, etc.) mantienen la tradición socialcristiana o hacen cuando pueden algún guiño socialdemócrata. Sólo los populares permanecen aislados y orgullosos ocupando ellos solitos todo el espacio de la derecha. Que está muy bien... si no fuese estructural y esencialmente minoritario.

Lo que salva al equipo conservador y permite la alternancia es que el elector español y europeo de izquierdas es autocrítico, temperamental y muy poco tolerante con los errores y vicios de sus líderes naturales . Por eso de cuando en cuando inmoviliza su voto o lo dispersa. En esos momentos, con parte del sufragio progresista varado en la abstención o repartido entre distintas candidaturas, los conservadores ganan si están unidos y además son capaces de ocupar buena parte del centro político. Sólo les hace falta un poco de moderación y algún rasgo de humanidad y modernidad. Porque si se dejan llevar por su vocación oligárquica o realizan políticas abiertamente antisociales, les pasa lo que ahora en España y Francia: que la izquierda se despierta, se cabrea, se une (mediante el voto útil o a través de coaliciones), va a las urnas... y gana.

Tal vez Chirac tenga la astucia suficiente como para buscarle las vueltas a la coalición rojiverde (el tripartito gabacho) que le ha hecho morder el polvo en las regionales; pero Rajoy (todavía bajo la sombra de Aznar) está muy lejos de hacer lo necesario para afrontar las consecuencias del zapatazo . El PP se ha pasado la última semana haciendo lo contrario de lo que le conviene, sin entender la relación causa-efecto de los últimos acontecimiento, dejándose llevar, en fin, por la rabia y las obsesiones del matrimonio Aznar-Botella y por las pulsiones ultraderechistas de otros dirigentes del partido. Creo que los estrategas populares se equivocaron al tensar la campaña y que ya estaban a punto de perder las elecciones antes incluso de que, tras el 11-M, intentasen administrar el terrible atentado de la misma torticera forma en que la administración Bush manejó (y rentabilizó) el 11-S. En todo caso, ¿era factible para la Moncloa pilotar una operación de rearme patriótico parecida a la vivida por los norteamericanos tras el ataque terrorista a las Torres Gemelas? Seguro que no.

Los analistas neocon que sintonizan Moncloa con la Casa Blanca creían que un atentado islamista en Europa cambiaría las circunstancias de la opinión pública en el Viejo Continente motivándalo a alinearse con los EEUU en la guerra contra el terrorismo. No ha sido así, claro. Aquí tenemos otra cultura y otros criterios. Por ejemplo, los españoles arrastramos un subconsciente historicista que ya nos movió a evitar contradicciones políticas extremadas durante la Transición democrática y que luego nos ha hecho abominar de las opciones que pretendían tensar mucho la cuerda entre las (o las tres o las cuatro) Españas. Ese mismo impulso intuitivo nos mueve a rechazar cualquier aventura bélica más allá de nuestras fronteras. Desde el desastre de 1898, la opinión pública ha estado en contra de las expediciones a Ultramar, incluyendo la absurda y cruenta guerra en Marruecos durante el primer tercio del pasado siglo. Bien sabe la gente de la calle que esas ridículas experiencias imperiales , en las que nada hay a ganar y sí mucho que perder, son siempre alentadas por supuestos patriotas que, sin embargo, se libran de ser ellos o sus familiares los que corran los riesgos. Salvando algunas distancias obvias, entre la intervención española en el Rif a partir de 1905 y la complicidad activa del gobierno con la invasión de Irak hay muchas similitudes, demasiadas.

Experiencia y cultura determinan la lúcida actitud de los europeos ante los últimos fenómenos políticos. Una actitud que con el paso del tiempo se llena de buenas razones, mientras los gobernantes que fueron a las Azores mascan un día sí y otro también la amargura del fracaso. Por eso Aznar ha de dejar la política por la puerta de servicio. Por eso Ruiz Gallardón sigue siendo hoy el único líder de la derecha con futuro. Ustedes dispensen pero la ciudadanía es de izquierdas. Qué le vamos a hacer.