«Llueve sobre mojado». «Para este viaje no hacían falta alforjas». «El ser humano es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra». Estos, y un sinfín más de dichos populares, me vienen a la cabeza al tratar de deglutir los últimos resultados electorales, una cuestión que no puede descifrarse en claves políticas sino humanas, pues tiene que ver con la naturaleza humana. ¿Cómo entenderse un pacto de izquierdas para un gobierno de coalición, 48 horas más tarde de la cita electoral, un desembolso ingente de dinero público, por segunda vez en un año, cuando esta opción fue desterrada cien mil veces por un Sánchez que en breve se convertirá en presidente?; ¿cómo deglutir que aquel Iglesias, el apestado, principal razón a la que se apelaba para no conformar esa coalición hace menos de seis meses, se vea hoy catapultado a una vicepresidencia?

No es el miedo al ascenso y al empoderamiento de la extrema derecha, no es pensar en el bien común, pues si fuera ese el motivo, bien podría haberse alcanzado un acuerdo tras las primeras generales. Es cuestión de egos. El de un Sánchez que pensó que no había tocado techo y podría sumar votos suficientes como para liderar un gobierno en solitario, y el de un Iglesias, qué pese al varapalo de esta primavera, creyó que la cosa podría ir mejor.

Patético que ahora los socialistas justifiquen sus acciones con el pésimo e infumable argumento de «la urgencia de este país en salir del bloqueo».

Una pena que fuera también el ego el que le abocara a Albert Rivera al final de sus días políticos, aunque por suerte para él, su nivel de desarrollo personal le haya llevado a tomar la decisión más sabia. Ojalá los políticos que nos quedan estuvieran hechos de la misma pasta.

*Periodista y profesora de universidad