Cuando todo se pone en contra es precisamente cuando brilla más la cualidad humana de esas personas cuya esforzada entrega nos hace más fácil la existencia. Laboriosos hasta la extenuación, con horarios dilatados más allá de lo razonable, en condiciones muy adversas y, en ocasiones, sin suficientes medidas de protección para su propia integridad, los profesionales de la salud no han dudado en ofrecernos con extrema generosidad todo lo que han podido dar de sí, muy a su pesar de que tanto sacrificio y abnegación no hayan servido para salvar más vidas. Por eso se han ganado el cotidiano aplauso de una ciudadanía que así les ha mostrado su agradecimiento. Por desgracia, las indeseables secuelas de la infección por coronavirus van más lejos de la propia pandemia y han llegado incluso a afectar seriamente a los pacientes aquejados de otras dolencias, que se han resentido por las carencias de unos servicios sanitarios absolutamente desbordados.

Sin abandonar la órbita asistencial más directamente implicada en la lucha contra la propagación del Covid-19, existe un gran número de excelentes profesionales cuya labor ha sido esencial, tanto para ganar la batalla inicial contra la infección como para resolver nuestras dudas, orientarnos hacia un comportamiento adecuado a las circunstancias y colaborar con eficacia a una confinación más llevadera. Hemos encontrado en los farmacéuticos un punto próximo de asesoramiento y consejo, además del oportuno suministro de guantes, mascarillas y material protector, merced a un personal que también ha estado muy expuesto y ha pagado por ello un alto precio.

Después de tanto tiempo de obligada reclusión, tras tanto sacrificio y penalidades, frente a tanto ejemplo admirable, parecen mucho más lamentables las conductas insolidarias e irresponsables.

*Escritora