Los resultados siempre son los que son y, al final de la Liga, acaban siendo la madre del cordero. La única realidad válida. Sin embargo, durante el trayecto, en el proceso, por usar la terminología que Natxo González ha popularizado, en ocasiones engañan y no dicen toda la verdad. Sucedió en las primeras jornadas, cuando el Real Zaragoza acreditó un raquítico 6 de 18, premio menor para los méritos contraídos y el nivel de juego desplegado. Los resultados mentían. Y mal interpretado, el de ayer contra Osasuna puede equivocar también. No ganar puede parecer malo y el empate, precisamente en un partido contra el rival que era y con una Romareda mágica y una afición que agota los calificativos de elogio, poca cosa. Pero no es así.

El Zaragoza sumó un buen punto contra el mejor enemigo al que se ha enfrentado hasta el momento, un contrario que durante muchos minutos le obligó a replegarse y a jugar sin el balón porque se lo arrebató. Mejor hubiera sido ganar la pelota y el dominio, pero en el escenario en el que se vio obligado a vadear contra su propia naturaleza, la respuesta fue notable.

Replegado, el Zaragoza tuvo un excelente nivel posicional, señal inequívoca del trabajo bien hecho durante estos meses por el entrenador, se agrupó y defendió con acierto los centros laterales. Cada cual en su sitio, todos en el suyo. Como un ejército castrense bien adiestrado. En el rato que sometió a Osasuna hizo un gol y tuvo ambición y orgullo para acabar el encuentro buscando el 2-1, sin conformarse con el 1-1 ni en inferioridad. Queriendo más. Estos dos puntos no volverán, pero el que se quedó será magnífico ganando en Sevilla y a la Cultural. Compitiendo como ha competido esta semana, con un 7 de 9, muchos indicios favorables y bastantes constataciones, este Zaragoza será lo que busca ser. Si no lo es ya: un firme candidato a pelear el ascenso.