Sorprende que el neoliberalismo, que no solo es una política económica, sino también una antropología con unos determinados valores, siga vigente todavía.

A nivel económico ha fracasado totalmente. La crisis financiera del 2008 dinamitó sus ideas dominantes durante décadas. Llegó una crisis económica tan grave o más que la de los años 30. Cundió el pánico, porque además nadie sabía qué hacer. El experimento neoliberal no trajo mayor crecimiento, ni mejor distribución del ingreso, ni estabilidad. La teoría de los mercados eficientes, la curva de Laffer -bajando los impuestos se recauda más-, la idea de la gran moderación a través del mercado era una falacia, pero lo más dramático fue que la crisis echó por tierra la necesidad y bonanza de la privatización. Ya que lo privado, con trampas y fraudes, no fue más eficiente que lo público. Incluso mucho peor. Lo lógico hubiera sido el fin del neoliberalismo. Sin embargo, hoy tiene la misma vigencia que antes, y quizá reforzada. La política económica la misma: austeridad, equilibrio fiscal, liberalización de mercados. Y además no hay alternativa.

Cabe esperar que la visión neoliberal de la economía de menos Estado rebajando los impuestos, con los lógicos recortes en los servicios públicos así como su privatización, cuyo coste se cifra en vidas humanas, la ciudadanía la considere derrotada por el coronavirus. Los ciudadanos deberíamos tener muy claro que el Estado es el mejor y a veces, nuestro único protector, frente a las fuerzas desbocadas e insolidarias del mercado. Lo estamos constatando estos días en los hospitales públicos. Mientras escribo estas líneas me emocionan las palabras de una enfermera del Ramón y Cajal de Madrid, que junto con sus compañeros/as han salido a recibir los aplausos de la gente, que con los ojos llorosos afirma «doy las gracias» y que a pesar del cansancio, «siguen en la brecha».

Como dijo poco ha Joan Baldoví: «Cuando todo esto pase, que todos estos aplausos que van a resonar hoy en balcones y ventanas se conviertan en un refuerzo para nuestra sanidad pública, se conviertan en denuncias cada vez que alguien tenga la tentación de privatizar un cachito de nuestro Estado del bienestar». Y yo añado que se conviertan también en votos.

Pero si el neoliberalismo no solo ha fracasado a nivel económico, también en su escala de valores. Su pretensión es una forma de sociedad e, incluso, una forma de existencia. Lo que pone en juego es nuestra manera de vivir, las relaciones con los otros y la manera en que nos representamos a nosotros mismos. La competencia y el modelo empresarial se convierten en un modo general de Gobierno de las conductas e incluso también en una especie de forma de vida, de forma de gobierno de sí. Nos han convencido de que el principio básico que rige las relaciones humanas en lo social es la competencia: entre economías nacionales, entre bloques, pero sobre todo entre individuos en el mercado de trabajo. La precarización ha convertido la vida cotidiana en un territorio minado, atrincherado, donde todos somos enemigos. No tolera la solidaridad social porque necesita que todos estemos armados contra los otros, de otro modo retornaría la lucha de clases. De lo que se trata es de hundir al máximo de gente posible en un universo de competición y decirles: ¡que gane el mejor! Puro darwinismo social, la ley de la selva. Por ello, Paul Verhaeghe, profesor en la Universidad de Gante, catedrático en el Departamento de Psicoanálisis y Psicología Terapéutica ha escrito un artículo titulado El neoliberalismo ha sacado lo peor de nosotros mismos.

Estos valores podemos observar a dónde nos ha llevado, a más injusticia, más desigualdad, más pobreza y más exclusión. Por ende hay que recuperar unos valores distintos. Tenemos que sacar lo mejor de nosotros mismos, que hay en gran cantidad. Son valores como: la solidaridad, el altruismo, la fraternidad. O la empatía radical que es ponerte en el lugar del Otro, del que sufre y darte cuenta de que el Otro no es tan diferente de nosotros. Valores que estos días de la pandemia vemos a raudales por toda la geografía española. Miles de personas trabajadoras de servicios esenciales como sanitarios, agricultores, reponedores y cajeras de supermercados, transportistas, policías, biólogos, científicos e investigadoras, docentes, trabajadores del servicio de basuras, limpiadoras, bomberos, periodistas, conductores de transporte público, militares, empleados de funerarias… Son incontables las personas que permanecen en sus puestos de trabajo y ponen sus cuerpos para asistir a los demás, a pesar de todas las carencias y los recortes. Además, aparecen por doquier iniciativas solidarias de personas que quieren ayudar, desde redes de cuidados en barrios y pueblos para llevar la compra, los medicamentos o prestar ayuda a los que están confinados y enfermos, ancianos y dependientes, grupos especiales de riesgo, movimientos de trabajadores, gentes del mundo de la cultura, que ponen lo que saben hacer al servicio de los demás de forma altruista, con el único interés de contribuir a salvar vidas o sobrellevar mejor la situación. Esta crisis brutal e implacable está destapando muchas realidades positivas. La solidaridad, el altruismo, la fraternidad y la empatía radical es lo que nos va a salvar. Deberíamos tenerlo claro.

*Profesor de instituto