Pues sí, oigan, ayer fue una jornada normal, normalísima. El consumo de energía eléctrica adoptó la curva típica de los festivos. Las grandes factorías y casi toda la industria paralizaron su actividad, al igual que la minería y los principales puertos del país. Los transportes públicos funcionaron con servicios mínimos. Y mínima fue asimismo la actividad en las universidades, la edición de muchos diarios o la programación de no pocas radios y televisiones (empezando por RTVE). Por la tarde, cientos de miles de personas se manifestaron en ciento y pico ciudades (impresionante la marcha por las calles de Zaragoza). Hubo un despliegue policial sin precedentes, piquetes, detenciones y de vez en cuando una mano de hostias... O sea lo propio de una huelga general secundada por varios millones de trabajadores. Ya lo dijeron tanto la patética portavoz del Ministerio del Interior como el delegado del Gobierno en Aragón, el bueno de Gustavo Alcalde: la normalidad es total. Acertaron.

Sin embargo, el presidente Rajoy lleva unos días fatales, anormales y sorprendentes (para él y los suyos). La semana se le está atragantando. Tenía previsto barrer en las elecciones andaluzas, avanzar impetuosamente en las asturianas, ver el fracaso absoluto de la huelga general, aprovechar el estado de shock para presentar los Presupuestos Generales, rematar el primer ajuste duro y recibir los parabienes de fraü Merkel. Pero todo le ha salido mal.

Puede consolarse don Mariano: mantiene la hegemonía institucional que ganó en las urnas, el PSOE aún no ha salido de la UCI, los sindicatos están por recuperar el tono muscular, hay poca sociedad civil organizada... Claro que si él, su Gabinete y su partido no son capaces de entender lo que pasa y se empeñan en amenazar el futuro de la gente, ésta reaccionará, como lo está haciendo ya; si la única alternativa que se ofrece a los trabajadores y las clases medias es el empobrecimiento, la pérdida de derechos y la humillación, los socialistas saldrán del bache, IU ampliará su espacio, la izquierda social se reagrupará, los sindicatos recuperarán el nervio perdido y el alegre festival conservador se convertirá en una pesadilla. Lo normal, vamos.