El rey Alfonso I el Batallador, protagonista por excelencia de la historiografía aragonesa por su lucha contra el invasor musulmán en los siglos XI y XII y figura reverenciada desde siempre -no solo tiene dedicada una estatua colosal, sino que una de las calles principales de la capital aragonesa lleva su nombre-, maltrataba a su esposa, doña Urraca I de León. Eso al menos se desprende de la Historia Compostelana, fuente de primera magnitud para miles de historiadores, ya que fue escrita en tiempo real.

En la citada crónica, se pueden leer las siguientes palabras de la reina: «Cuáles y cuántas deshonras, dolores y tormentos padecía mientras estuve con él (…), pues no solo me deshonraba continuamente con torpes palabras, sino que toda persona noble ha de lamentar que muchas veces mi rostro haya sido manchado con sus sucias manos y que yo haya sido golpeada con su pie». Pruebas como esta han alimentado en León una animadversión secular hacia el Batallador, quien nunca fue incluido en las listas de monarcas de este reino, pese a que sí lo fue por matrimonio, aunque de forma efímera.

En Aragón nunca se ha negado el carácter violento de Alfonso I, aunque siempre nos ha gustado enfocarlo por su faceta de guerrero casi invencible (participó en una treintena de batallas y solo perdió una). En libro el Batallador (escrito a cuatro manos con su hijo Alejandro), José Luis Corral resalta la misoginia del rey, pero recuerda cómo la Crónica de San Juan de la Peña, otra fuente muy solvente, achaca a la reina la ruptura del matrimonio. El también historiador aragonés José María Lacarra, fallecido en 1987, dejó escrito que hubo «alguna desconsideración» con la reina, pero siempre destacando la «exageración» y «malicia» en los autores de la Historia Compostelana.

El tiempo es el mejor abrillantador que existe y, como dice el propio Corral, es «muy complejo» mirar al XII con los ojos del XXI, pero no deja de ser chocante que este mito de nuestra historia sea como poco sospechoso de violencia machista, asunto que tanto eriza la piel de la sociedad de hoy en día. No parece que Zaragoza esté en disposición de renegar de su héroe, ni siquiera de abrir un debate sobre su figura, pero si hemos instalado una placa contra el maltrato animal evocando a la osa Nicolasa del parque Buil, que menos que colocar otra en el parque grande, a los pies del Batallador, que diga: «A las mujeres no se le pega. Ni ayer ni hoy ni mañana. Nunca». H *Periodista