Tras la muerte de Manuel Fraga hemos asistido, algunos con estupefacción, a una alabanza del personaje que resulta difícilmente justificable. Es cierto que en nuestro país, no sé en otros, es habitual que, a la hora de la muerte, el personaje más deleznable sea presentado como un dechado de virtudes. Ya ocurrió, por poner otro ejemplo escandaloso, con Jesús Gil, o con Juan Antonio Samaranch. A mí, realmente, se me escapa esa dinámica, no entiendo por qué cuando alguien muere debe ser tratado de diferente manera a cuando está vivo, es más, me parece un ejercicio de hipocresía. Pero volviendo a la figura de Fraga, en la mayoría de los comentarios daba la impresión de que estábamos ante una figura clave en nuestra reciente historia y que, además, había contribuido al proceso de democratización de nuestro país. La primera afirmación resulta desmesurada, la segunda, simplemente falsa.

Fraga fue un animal político que, por necesidades de la evolución histórica, trocó sus estrategias, probablemente no sus convicciones, dando muestras de ser un personaje atento a navegar en todas las aguas. Se le ha alabado el saber transitar del franquismo a la democracia, cuando más debería decirse que, por seguir tejiendo los hilos del poder, no tuvo reparos en ajustarse a un régimen formalmente opuesto a aquel en el que había nacido a la política y en el que pudo mostrar, sin máscara, sus tendencias autoritarias. Fraga es el modelo del político profesional, dispuesto a defender lo que sea --el franquismo, la democracia-- para seguir estando ahí. Es decir, el ejemplo de lo peor que puede haber en política.

Pero más allá del personaje, Fraga sirve como metáfora de la transición, de esa transición que nos presentan como modélica, pero en la que lo que podemos constatar es que, en muchos sentidos, fue un viaje a ninguna parte. No sería justo decir, desde luego, que la asfixiante sociedad franquista sea lo mismo que nuestra sociedad actual, pero sí que es posible afirmar que el tantas veces citado "atado y bien atado" con que se despidió el dictador es una profunda realidad. No en vano, todo el aparato de Estado de la dictadura permaneció incólume. Se intentó construir un régimen nuevo con el armazón del antiguo y el resultado lo podemos ver estos mismos días en el Tribunal Supremo. La naciente democracia fue --y en algunos aspectos lo sigue siendo-- tutelada por un ejército franquista, una policía franquista, una judicatura franquista y una clase política, en parte, franquista. De ahí que cuando alguien pretende explorar los crímenes de la dictadura, desde el robo de niños hasta la represión, cuando se pide reconocimiento para las víctimas y sus descendentes, el resultado sea que el único juez, Baltasar Garzón, que se ha atrevido a hacer lo que en otros países, como Argentina o Chile, hemos aplaudido o, incluso, impulsado, se siente en el banquillo de los acusados. Se trata de dejar claro quién sigue mandando.

La nuestra fue una transición ejemplar. Efectivamente, es el ejemplo que las elites dirigentes de todo sistema autoritario firmarían. Pues de lo que se trata es de alterar las formas para que el fondo, es decir, quienes detentan el poder, se mantenga sin cambios. Las elites políticas y económicas de nuestro país no han variado con la transición, como no han variado en otras transiciones. El caso ruso es el más significativo, pues la nomenclatura del PCUS sigue controlando el poder después de privatizar las empresas en su propio beneficio y de ocupar todos los espacios de poder. Resulta significativo que Rusia siga dirigida por un antiguo alto cargo del KGB. Es lo que está sucediendo también en algunos países árabes, como Egipto. España exporta modelo.

La muerte de Fraga, el juicio a Garzón, muestran la absoluta falta de simetría política en nuestro país. Todavía hay quienes merecen el elogio y quienes siguen estando condenados al silencio. Sorprende que en un país que ha hecho del concepto víctima una categoría política, a través de las víctimas del terrorismo --¿Melitón Manzanas, brazo ejecutor del terrorismo franquista, víctima del terrorismo?-- , las víctimas de la dictadura, los miles de asesinados, represaliados, robados o escarnecidos, deban mantener un prudente silencio. Mientras, todavía debemos soportar que estructuras políticas heredadas de ella, que símbolos que la enaltecen, que figuras que la encarnaron, sigan marcando el ritmo de nuestros días.

Fraga, a diferencia de lo que muchos nos han querido vender con su muerte, no construyó la democracia. Entre otras cosas porque la democracia, como poder real de la ciudadanía, está por construir. Pero sí le podemos conceder algo que se ha repetido mucho estos días, aunque se pretendiera darle otro sentido: Fraga es uno de los principales forjadores de nuestra actual España, pues supo trabajar para conservar el cordón umbilical que nos sigue uniendo a la dictadura. Con gran éxito.