Lo primero que hay que constatar una vez celebradas las elecciones en Cataluña son los cambios que se ha producido a ambos lados de la línea casi impermeable que separa a independentistas de constitucionalistas o unionistas. En un hemisferio se ha impuesto el PSC, mientras que en el otro lo ha hecho Esquerra Republicana. Han sustituido, respectivamente, a Ciudadanos y a Junts per Catalunya.

Ello debería facilitar sin duda el acercamiento y el diálogo, toda vez que ambas formaciones se han pronunciado a favor de la vía política para avanzar en la solución del conflicto. Sin embargo, es difícil que haya movimientos en esta dirección mientras el Gobierno de Pedro Sánchez siga dilatando su decisión sobre los indultos a los presos independentistas y mientras no se retome la mesa de negociación Estado-Generalitat, esta vez con seria voluntad de ir más allá de una fotografía protocolaria y con un representante del 'Govern' sentado en ella que no tenga como objetivo torpedearla

Pese a una participación que, desgraciadamente, fue la más baja desde 1980, el 14-F han confirmado que lo que algunos llamaron «el suflé independentista» se encuentra lejos de desaparecer aunque tenga menos consistencia de lo que algunos creen.

Pero no acaban aquí los cambios, ni su onda expansiva. Pese a la meritoria campaña de su presidenciable, Alejandro Fernández, el PP ha cosechado, con solamente tres diputados, un mal resultado. Sin duda los graves escándalos de corrupción en los que se halla envuelto el partido tienen que ver con el resultado, aunque por supuesto no constituyen la única explicación. Sea como fuere, hay que confiar que el 14-F no empuje a Pablo Casado a dar otro bandazo y se lance nuevamente en pos de la estela de Vox, y que interprete que el error a corregir es la colaboración y legitimación de la extrema derecha, no los breves paréntesis de moderación por los que ha pasado en cada periodo electoral. El partido ultra ha irrumpido con vigor, lo que demuestra que algunas de las cosas que suceden en Cataluña se asemejan mucho a las que ocurren en España, en Europa y en el resto del mundo.

Ciudadanos ha confirmado su acelerado derrumbe. Los electores más radicalmente antinacionalistas de Ciudadanos han concluido que quien ahora mejor puede representarles es Vox, mientras otros tantos han optado por regresar a un planteamiento menos crispado reflejado en la candidatura de Illa. A Inés Arrimadas se le presenta ahora un dilema, y de nuevo no parece que la reacción más adecuada -en todo caso, seguro que no para la estabilidad del país- sea competir con Vox utilizando sus mismas armas.