Cuando ustedes estén leyendo estas líneas, millones de españoles andarán votando en las elecciones generales que los analistas políticos han calificado como decisivas. Y lo son.

En primer lugar porque nunca desde la Transición ha habido unas Cortes tan fragmentadas a derecha e izquierda, al menos divididas en tantos partidos (cinco según la encuestas) capaces de superar cada una de ellas el 10% del electorado y los 30 escaños en el Congreso.

En segundo lugar porque esas mismas encuestas, veremos esta noche cuánto se han equivocado o acertado, colocan a la suma de los tres partidos de la derecha (PP, Ciudadanos y Vox) sin posibilidades de alcanzar el número de escaños suficientes como para formar gobierno, pero tampoco suman los dos grandes partidos de la izquierda (PSOE y Podemos); de manera que será necesario que nacionalistas e independentistas (PNV, ERC y JxC) apoyen a uno de los dos bloques, presumiblemente y como ya han anunciado será al de izquierda, para que pueda constituirse el nuevo Gobierno, que no se formalizará, supongo, hasta principios de junio. No olviden que el 26 de mayo vuelve a haber elecciones, en este caso municipales, autonómicas y europeas, y -salvo resultados inesperados- nadie pactará antes de que se celebren esos comicios.

Y en tercer lugar porque España se juega lo que va a ser como país en los próximos cuatro años, o probablemente muchos más.

Los diputados y senadores que resulten elegidos representarán, como dice la ley, a todos los españoles, pero no serán elegidos por igual entre todos los españoles. La ley electoral impone en el Congreso, y todavía de manera más exagerada en el Senado, un reparto de escaños absolutamente desigual e injusto. Un diputado o un senador por una provincia poco poblada necesita muy pocos votos para ser elegido, pero su homólogo por una provincia con muchos habitantes precisa de muchos más. Aunque, paradójicamente, en provincias muy pobladas saldrán elegidos diputados con el 5% de los votos en tanto otros pueden quedarse fuera en las más deshabitadas con el 25%. Y aquí no vale ese cuento de “la representación territorial”, porque todos los partidos llevan en sus listas a esas figuras llamadas «cuneros», algunos de los cuales ni siquiera conocen la provincia por la que se presentan.

Si todos y cada uno de los diputados y senadores nos representan a todos los españoles, todos los españoles deberíamos poder elegirlos, porque lo contario se llama trampa. Que ustedes lo voten bien, porque costó mucho conseguirlo.

*Escritor e historiador