La campaña para las elecciones del 13 de junio al Parlamento Europeo comenzó ayer. Se teme una abstención considerable. Mucho mayor de la que se produciría si tuviésemos conciencia de hasta qué punto la UE es decisiva para nuestro presente y que de su Parlamento sale gran parte de la legislación que nos rige. Frente a eso, también es cierto que el empuje europeo vive una crisis, y que la UE continúa representando de forma excesiva a la Europa rígida de los estados, con un funcionamiento distante y burocrático, y bastante cerrada a la participación directa de los ciudadanos.

Pero en esta convocatoria hay elementos que reclaman el interés de los electores. Las europeas llegan tras un cambio de Gobierno que muchos aún no han asumido. Esta vez, además, sí se han trasladado a la opinión pública los debates sobre el desgarro interno de la UE por la aventura de Irak y la discusión acerca de la definitiva Constitución europea. Los partidos políticos españoles no deberían caer en la tentación de dejar de hablar de política europea para buscar la revancha o la reválida del 14-M. El giro europeísta que surgió de estos últimos comicios necesita un refrendo, y la mejor manera de hacerlo es a través de la participación.