Ayer, durante el café que tomamos los compañeros a media mañana, y después de un encendido debate ideológico, les dije que no quiero volver a hablar de política hasta el día después de las elecciones. Porque no me gustan los deportes, y en este momento el deporte nacional es hacer pronósticos de qué pasará. Háganme caso: no lo sabe nadie. El electorado, ahora mismo, recuerda más a una bandada de estorninos que fluctúa con la corriente de aire que a cualquier otro ente que tenga raciocinio. Por eso, leer los pronósticos es tan inútil como leer el futuro en los posos del café. Hay indicadores, sí. Por ejemplo, yo sostengo que las movilizaciones del 8 de marzo pueden decirnos por dónde van los tiros. Porque este año, todos los partidos van a querer capitalizar un movimiento que resultó una sorpresa incluso para las mismas mujeres, y ya veremos las ganas que nos quedan a los favorables, hombres y mujeres, de salir a reivindicar. Sobre todo, porque un año después estamos peor que entonces. Sí, peor. ¿O alguien pensaba, hace un año, que el líder del PP se iba a atrever a decirnos a las mujeres que más parir y menos decidir, que hay que generar mano de obra cien por cien nacional para que alguien nos pague las pensiones? Y ya no hablo de esos señores que son en sí mismos la esencia de la masculinidad, (cuánto complejo hay detrás, válgame Freud), esos que creen que el feminismo es una palabra muy fea que solo compete a lesbianas bigotudas, locas exaltadas o profesionales de la subvención. Por Dios, qué largo se va a hacer el camino hasta junio…

*Periodista