Dos campañas electorales seguidas exigen a los ciudadanos un esfuerzo notable. Si fueran aprovechadas para debatir sobre lo común, para hacer propuestas de progreso, para señalar puntos flacos y debilidades de la sociedad española, para ver perspectivas de mejora y que cada partido apuntase los grandes retos y sus modelos de sociedad, para fomentar la formación política de la ciudadanía, para hacer pedagogía y tratar de comprometer a la ciudadanía en la construcción de una sociedad democrática consciente, avanzada, libre, justa y tolerante con la diversidad, sería estupendo. Pero me temo que esto es una ingenuidad. No hay más que analizar los discursos políticos de tantos (y tantas) candidatos, faltos de ideas, preñados de insultos, de lugares comunes, de consignas y argumentarios y mensajes simplones preparados por expertos en disfraces y en vender siglas como si fueran coches, convencidos de que el electorado está formado por ignorantes dispuestos a tragarse la comida-política basura que le preparan. Y también los hay mentirosos, farsantes, y los que inflan u ocultan su currículum porque algo tienen que tapar, fariseos que exigen a los demás lo que ellos no hacen, mediocres rodeados de ciegos y sordos que les promocionan. Afortunadamente hay muchas excepciones, hay políticos que tratan de ganarse al electorado desde el respeto a la inteligencia, con sus propuestas y su propia coherencia personal, servidores públicos que ponen lo común por encima de sus intereses personales. Estos son los buenos. Como Rubalcaba. Estos últimos son los que merecen el voto. Los otros solo el reproche y el desprecio.

*Profesor de universidad