Cuando miré el famoso fragmento de la entrevista de la BBC donde se ve cómo dos pequeños interrumpen la disquisición sesuda del padre ante las cámaras pensé -no me hagan decir por qué- que la mujer que entraba en el despacho y desalojaba a las criaturas era su madre.

Podía haber sido al revés, podía haber deducido que se trataba de la niñera, mientras Robert Kelly, el padre, intervenía en intensos debates geoestratégicos.

En las imágenes no se puede percibir ningún detalle que nos indique si Kim Jung-A es o bien asalariada o bien pareja estable. El matrimonio, sin embargo, ha aclarado la cuestión porque parece que se había convertido en un debate de primer orden.

A mí, lo que me molestó de la escena es que el señor Kelly no mirara a sus hijos mientras contestaba las preguntas. Incluso los rechaza con cierta insolencia. La irrupción de la vida cotidiana en la aparente seriedad de la reflexión política podía haber desembocado en un momento de ternura que Kelly desaprovechó.

Ganó el hombre estereotipo que no sabe hacer más de dos cosas a la vez. Si hubiera sido una mujer, como ha parodiado un programa de humor de Nueva Zelanda, habría dado el biberón a la niña, jugado con un sonajero con el niño, cocinado un pollo entero, planchado una camisa, puesto una lavadora, limpiado el inodoro y desconectado el cable rojo de una bomba de relojería. Todo ello, sin dejar de opinar sobre la tensa situación en Corea del Sur.

*Periodista