Apenas he intercambiado una docena de saludos convencionales, a lo largo de los años, con Josep Maria Sala.. Nunca he conversado largamente con él. Quiero con ello poner de relieve que la reflexión que sigue no está determinada por ninguna consideración de tipo personal. Dicho lo cual, reconozco que me ha alegrado enormemente la decisión del reciente congreso del Partido de los Socialistas de Cataluña (PSC) de recuperar a Sala para la ejecutiva del partido. No lleva razón, por tanto, el editorialista de un periódico madrileño que ha dudado de la existencia de un solo ciudadano, ajeno al aparato del PSC, que celebre el retorno de Sala. Yo lo celebro. Y lo hago por una razón que juzgo de fuste: porque todo lo sucedido constituye un caso ejemplar de doble lealtad política. Veámoslo.

PRIMERO. DElealtad a su partido. Es cosa sabida que Sala asumió, con un sacrificio personal enorme, las consecuencias penales de un caso de corrupción política que afectaba a su partido y que fue sentenciado por los tribunales. Hablando en plata: Sala aceptó voluntariamente la condición de cabeza de turco, en aquellos tiempos broncos --de 1993 en adelante-- en los que la financiación torticera de los socialistas fue utilizada como arma política para su acoso y derribo: "Váyase, señor González". Con olvido flagrante, claro es, de algo que denuncié reiteradamente entonces y que hoy reitero con idéntico convencimiento: que la corrupción ligada a la financiación irregular de los grandes partidos políticos --de todos los grandes partidos políticos sin excepción-- fue directamente proporcional a su grado de participación en la política de gestión.

El abanico de casos --Valencia y Burgos incluidos-- está en la memoria de todos. En esta situación, Sala se sacrificó por su partido. Fue fiel hasta el extremo. ¿Lealtad excesiva?, se ha preguntado alguno. Quiero creer que no, pues malos tiempos son aquellos en los que tiende a verse exceso en la virtud.

Segundo. De lealtad del PSC a Sala. Era evidente que la normalización de la situación de Sala en su partido constituía una exigencia inaplazable de estricta justicia. No podía prolongarse más su vergonzante situación, con despacho en la sede central del partido, pero sin reconocimiento formal de su estatus. Su retorno a la ejecutiva venía exigido por un mínimo ejercicio de lealtad recíproca.

Parece ser, por ello, que se intentó primero encontrar una fórmula susceptible de propiciar un retorno gradual y discreto, pero surgieron obstáculos. En vista de ello, quien podía decidir lo hizo y Sala retornó a la ejecutiva con una votación más que cumplida, así como con un caluroso reconocimiento y apoyo de sus compañeros, que quisieron testimoniarle su afecto y admiración. Porque no puede olvidarse que Sala, además de encajar con fortaleza y vocación de servicio una peripecia personal terrible --la cárcel--, tuvo los arrestos y el cuajo precisos para preferir la prisión a pedir un indulto que entendía infamante por considerarse limpio de culpa. Esto es fácil escribirlo, pero resulta difícil hacerlo. No está al alcance de cualquiera.

PERO DEBOreconocer que posiblemente no hubiese escrito este artículo si no quisiera celebrar, con el merecido retorno de Sala, algo que me parece aún más trascendente. A saber: la consolidación definitiva de un socialismo al que Sala tanto ha contribuido a construir. Un socialismo que tiene su instrumento de acción en un partido --el PSC-- que es reflejo fiel de una realidad tan plural como la catalana. Una realidad compleja en la que conviven sensibilidades y sentidos de pertenencia diversos, pero no incompatibles, unidos todos ellos por la voluntad firme de proyectar hacia el futuro el destino de Cataluña, mediante su autogobierno en el seno de una España también plural y, por ello, inevitablemente federal. Siempre he pensado que el mérito profundo del PSC es que cumple la función de bisagra entre dos comunidades destinadas a ser una. Sala ha trabajado para ello. Se le ha reconocido. Magnífico.

No obstante, pende aún una cuestión. Conocer el motivo del especial afecto que mostraron por Sala todos los asistentes al congreso, al premiar con una ovación cerrada su rehabilitación formal. No parece muy difícil hallar la respuesta, dado que los sentimientos suelen ser casi siempre recíprocos. Por consiguiente, las pruebas de afecto que recibió Sala no son sino la contraprestación debida por la comprensión profunda que él ha mostrado, durante largos años, a quienes quizá estaban más necesitados de ella, al tiempo que compartía con ellos un compañerismo cordial. No en vano escribió un poeta, hace ya más de dos siglos, que "si las razones son la brújula, las pasiones son los vientos".

*Notario