Le he oído decir a Alfredo Pérez Rubalcaba que en este país se entierra muy bien, refiriéndose a que solo se hacen comentarios amables de uno cuando ya no está en la lucha política, aunque siga vivo. Y ya no digamos cuando fallece. A mi juicio, el ejemplo más claro de esto lo tenemos con Adolfo Suárez, subido hoy a los altares laicos de muchos españoles y que, sin embargo, unos años antes, en 1982, no recibió más que un puñado de votos cuando emprendió la aventura del CDS, tras abandonar UCD, y solo él y Agustín Rodríguez Sahagún resultaron elegidos diputados por ese novel partido. Año y medio antes su imagen de hombre de gran valor quedó más que evidenciada en su enfrentamiento a pecho descubierto con hombres armados en el hemiciclo del Congreso de los Diputados, cuando el 23-F, y algunos de ellos quisieron tirar, zancadilleándole, al vicepresidente Gutiérrez Mellado. No fue la única acción de valentía en su vida política ya que la ley para la reforma política, el no despliegue policial en los funerales por los asesinatos de abogados laboralistas o la legalización del PCE son, sin duda, también actos de un gran coraje.

Winston Churchill demostró una gran valentía liderando el enfrentamiento a Adolf Hitler en la Segunda Guerra Mundial. Solo alguien con enorme coraje es capaz de pedir a sus compatriotas sangre, sudor y lágrimas frente a quien pretendía destruir el mundo civilizado. No era el mejor político pero sí el más capaz de tomar decisiones valientes y gracias a él vivimos hoy como lo hacemos y no bajo el yugo del totalitarismo. Y los británicos, como en 1982 los españoles a Suárez, se lo recompensarán con una derrota electoral el 5 de julio de 1945, saliendo en esa contienda victorioso el laborista Clement R. Attlee.

En contraposición al político valiente está el pusilánime, el incapaz de tomar decisiones graves. Por carácter, por oportunismo, por cualquier otra razón, pero no tienen el coraje preciso para enfrentarse de forma decidida a grandes conflictos, que, por ello, los desbordan.

Neville Chamberlain, volviendo a Gran Bretaña, es el perfecto ejemplo de esta forma de gobernar. No envió ayuda alguna a la Segunda República española cuando fue atacada por una sublevación militar y, no solo eso, sino que, además, impidió que Francia lo hiciese. Mussolini y Hitler se podrían haber enfadado. Siempre de la mano de alguien más cobarde aún, el conde de Halifax, fue el abanderado de la política de apaciguamiento cuando el nazi ya había invadido los Sudetes checoslovacos y anexionado Austria. No hacer nada, por si acaso, y dejar que las oraciones y el tiempo hagan milagros. La cobardía no le permitió hacer otra cosa.

Entre nosotros emepuntorajoy me podría permitir identificar con facilidad a alguien entre nosotros que encaja en ese perfil de tancredismo pero no es el mejor ejemplo ya que Manuel Azaña es una referencia más clara de lo que estoy pretendiendo explicar. Dejó el gobierno de España en manos de Santiago Casares Quiroga, un evidente inútil al que conocía bien pues eran amigos, y desde la presidencia de la Segunda República fue incapaz de tomar, o instar a que se tomasen, las decisiones valientes que hubiesen sido necesarias para enfrentarse a los sublevados. Su discurso de paz, piedad y perdón está muy lejos del ya citado de sangre, sudor y lágrimas.

¿Quiero con esto decir que Azaña fue un mal político? No, en absoluto. Siendo justos en el análisis habría que decir que nadie como él supo tomar decisiones necesarias durante los escasos cinco años de agitada vida republicana. En la acción política ordinaria fue un buen político, de los más grandes que hemos tenido en los últimos siglos. Supo planificar, organizar y ejecutar con diligencia, eso nadie lo pone en duda, incluso José María Aznar llegó a declararse azañista. Pero en su carácter no predominaba el coraje.

Adolfo Suárez fue un político valiente. Winston Churchill fue un político valiente. En el fragor de la lucha política ordinaria, en el combate electoral, está demostrado que el valor no cotiza, y estos dos ejemplos son significativos. Pasados los años y analizada toda la trayectoria vital, se les reconocen sus grandes méritos. Es decir, volviendo a la frase de Rubalcaba, que los hemos enterrado muy bien.

Hay momentos en los que son precisos hombres valientes al frente de los partidos políticos, capaces de no fijarse en el resultado de las elecciones más próximas y dirigir su mirada al futuro, incluso a uno lejano. Intentar resolver graves crisis debería merecer más la pena que pretender, solo, ganar la siguiente contienda electoral, algo que puede resultar evidente para un espectador pero no así para la mayoría de los políticos ya que eso solo lo pueden asumir los valientes.

*Militar. Profesor universitario. Escritor