Lamentable que la no investidura de un presidente sea fruto de la codicia humana, de ese deseo irrefrenable de posicionarse en lo más alto, pero sobre todo de anteponer un interés de partido o más bien individual a la defensa noble del bien común. Que se lo pregunten a Iglesias, Rivera y Casado, que tanto presumen de saber cocinar en los fogones políticos con una ética intachable. Con el primero, no hay manera de sellar acuerdo para un pacto de investidura, y es que no quiere renunciar a hacerse con varias vicepresidencias y liderar él mismo alguna de ellas, reventando desde dentro a los compañeros socialistas a los que les tiene ganas. Lógico que Sánchez no acepte barco y se niegue en rotundo a meter en su torrente sanguíneo semejante virus. Cómo hacer equipo con aquel que no controla los comportamientos políticos de sus dirigentes, que no habla de proyectos ni de programas sino de su status personal, todo ello sin parar de decir que no se fía de su potencial socio y de que va a estar vigilándolo de cerca. Sin comentarios. Aunque la oferta del presidente de pactar con Unidas Podemos un gobierno de coalición siempre que los perfiles que entren sean técnicos (que solo mantiene hasta la próxima semana de la investidura, o más bien de la embestida), no se la cree ni él. Pero si lo de Iglesias es impresentable, lo de los otros dos, del mismo palo, especialmente lo de Rivera, cuyo partido parece haber olvidado su leit motiv, el de combatir el nacionalismo, al descartar un pacto con el PSOE. Va a ser verdad lo que dice De Carreras, uno de los 15 padres ideológicos de Cs y maestro de Rivera, que «el joven maduro y responsable se ha convertido en un adolescente caprichoso». Vaya cuadrillita.

*Periodista y profesora de universidad