España no puede arreglar por sí sola los problemas de baja renta del Magreb y del Africa subsahariana, a pesar de que escuchando algunos utópicos pudiera parecer que el hambre y la miseria que sufren sus pobladores no es mitigada por culpa del duro corazón de los españoles. Ningún país civilizado del mundo, ninguno de los estados a los que aspiramos a parecernos, deja entrar a quien quiere y lo desea por muy pobre y necesitado que esté. Posiblemente sea una actitud insolidaria, pero es una actitud universalmente admitida.

Desde luego, hay una solución drástica para evitar los problemas de la emigración y consiste en rebajar nuestra renta per cápita a los niveles que teníamos hace cuarenta años, con lo que no sólo no vendrían emigrantes a nuestro país, sino que seríamos nosotros los emigrantes, pero parece que no sería entendida por la mayoría de los empadronados, incluidos los utópicos.

La asistencia sanitaria universal es una de las causas de que en las secciones de cartas al director haya muchos españoles, hijos de españoles, con papeles de españoles, que se quejen de que el abuelito esté en un pasillo, o de que la demora para una operación tarde varios meses. Basta pasar por la sala de paritorios del hospital de cualquier ciudad española para observar que el porcentaje de madres inmigrantes es superior al de madres españolas, hijas de españoles. Observar esa realidad y comentarla no es ser xenófobo, ni carca, ni gilipollas, sino constatar lo que cualquier médico, de izquierdas o de derechas, nos puede constatar.

Gracias a muchas de esas madres y a sus maridos --los que tienen papeles en regla-- se asegura el cobro de las pensiones de la Seguridad Social, pero merced a los sin papeles --que no cotizan-- se arruina nuestro sistema sanitario. Y, dentro de poco, quien pida rigor no serán personas razonables, sino un Le Penn español, que no tardará en surgir si continúa una política suicida tan demagógica como terrible para los intereses de nuestra sociedad.

*Escritor y periodista