Parece que desde los años setenta se nos hubiera olvidado lo que es pactar. Los acuerdos, en política y en todo, conllevan cierta ganancia, y también cesiones, riesgos, incluso sorpresas. Comprometerse con otros requiere algo de cintura y no dejarse llevar por el instante. Yo añadiría la necesidad de obrar con miras más allá de atrapar silla, pero tal aspiración tal vez se encuentre lejos de nuestra naturaleza de «animales políticos».

Desde que nos hemos vuelto polipartidistas, el entendimiento se impone para llevar adelante cualquier gobierno. Ha costado varias legislaturas comprender que no gobierna el más votado, sino el capaz de aunar voluntades. Hemos vivido varias campañas, es cierto que de perfil bajo, en las que, como viene siendo habitual, los programas se sustituyen por eslóganes, cuando no de insultos. Me ha parecido enternecedor que, al día siguiente de las elecciones municipales, algunos líderes se apresuraran a invitar a otros a sumarse a programas plenos de derechos y de respeto a las mujeres, a los extranjeros y al colectivo LGTB, bajándose teóricamente los cordones sanitarios hasta el tobillo. Tras esta ceremonia, en muchos municipios se inició el cortejo propiamente dicho y todos querían, al menos, la foto.

Antes de constituirse los ayuntamientos, la moción de censura planeaba como amenaza. O me das esa concejalía, o permito que salga el más votado. Luego ya, si eso, quedamos para derrocarle.

La sangre no ha llegado al río, como en casi todo preludio de pelea, excepto en algún caso en el que no se sabe qué concejal olvidó meter la papeleta en el sobre. Y, esto es lo que más escandaloso: no hicieron falta ni veinticuatro horas para que las emociones volvieran a desatarse y amagar con la censura, no por el bien del lugar, sino por el berrinche de perder la alcaldía sin saber a quién echar la culpa.

La moción de censura es legítima, una herramienta democrática creada para accionar en situaciones de incumplimiento, inmovilismo o mala gestión. Usarla en una institución recién nacida me parece perverso. La legislación establece que el diputado o concejal implicado en una moción, no puede repetir el mismo acto durante esa legislatura. Esto ha bajado los humos, pero la amenaza está ahí, porque reina la desconfianza. Y no saber gestionar, ya no digo censurar, las emociones, podría confundir a algunos y olvidarse de que fueron elegidos para servir a la ciudadanía y para buscar el bien común.

Son cosas de primaria, yo lo sé.

*Escritor y profesor de la Universidad de Zaragoza