La alcaldesa de Barcelona, Ada Colau, ha dicho del referéndum de Puigdemont que es sólo suyo, de Puigdemont, y de los suyos, entre los cuales los muy somardas de Oriol Junqueras y esa Esquerra Republicana que a la chita callando, limitándose a llevar la pancarta de la independencia y a no cobrar el 3% (que se sepa), va ganando escaños en las encuestas, las mismas que descalabran a Carles Puigdemont al tercer o cuarto puesto.

Colau, sin embargo, hará ruido en las calles, irá a las manifas pro-consulta y coreará eslóganes comunes a la izquierda nacionalista, a fin de que lleguen a oídos de Mariano Rajoy. Oídos sordos, habría que añadir, pues el presidente, por boca de su vice, Soraya Sáenz de Santamaría, virreina del Reino en la autonomía catalana, ya ha dicho que por mucho que griten los de Junts pel si él está pel no.

Pablo Iglesias, socio de Colau, no está pel si ni pel no, sino todo lo contrario. Podemos, al parecer, es ahora (mañana, ya se verá) partidario de permitir la consulta del 1 de octubre, pero no de conferirle un carácter vinculante. Esto es, que aunque salga el sí, se aplicará el no a la independencia contenido, contemplado y consagrado en una Constitución que, hoy por hoy, por más vueltas que le den, que la estiren, como a la estaca de Llach, pel aquí y pel allà, parece inamovible.

Pedro Sánchez, que quería moverlo y removerlo todo, incluida la silla presidencial del autista de Moncloa, se ha contagiado, tras su encuentro con Mariano Rajoy, de autismo institucional, pero sigue emborronando la Constitución con apuntes reformistas sobre la España plurinacional (¿qué será eso?), con vistas a encajar a los catalanes en el mapa autonómico español con bolillos, ventajillas, milloncillos o titulillos. Rajoy ya ha dicho que él pondrá los milloncillos, hasta 5.000, que ya los quisiera Aragón, y Sánchez ha sugerido, respecto a los titulillos, que habrá que darle a Catalonia más carta estatutaria, estudiar, copiar, lo que hace Bélgica o Baviera (yo le sugeriría que se inspirase en la región autónoma de los indios misquitos en Nicaragüa), y así los constitucionalistas y Narbona estarán entretenidos.

Indefinición y ambigüedad en un tema sustancial, pero sin consenso, sobre el que todo el mundo opina, pero acerca del que nadie sabe cómo obrar. Y cuando no se sabe qué hacer, lo mejor es no hacer nada. Como Mariano, el sordo.