Casi a diario aparecen publicadas notas de prensa sobre proyectos presentados para captar parte de los fondos que Europa ha habilitado para reactivar la economía postpandemia del continente. Se habla de números y cuantías, pero desconocemos todo sobre el contenido de esos proyectos. La consejera de Economía del Gobierno de Aragón, Marta Gastón, desveló hace unos días en las Cortes de Aragón que ya hay 160 proyectos empresariales diseñados en Aragón que podrían optar a esos fondos europeos de recuperación. De ellos, 71 se han trabajado desde el propio Ejecutivo con empresas por un importe superior a 7.300 millones de euros, y la CEOE ha presentado otros 89 por un importe que casi llega a los mil millones. Como no puede ser de otra manera en pleno siglo XXI, los proyectos giran en torno a las energías renovables y la movilidad, la agroalimentación, la logística, la economía verde, circular y digital. Faltan unos meses para que se conozcan con detalle los proyectos que aspiran a tan suculenta tarta, después de la gran inyección económica que la Comisión Europea está dispuesta a aplicar sobre las grandes economías de los países miembro. Es una oportunidad única para acelerar la modernización de la economía, hacerla más sostenible y, esperemos aunque cunda el escepticismo, más humana.

Es sin duda una gran noticia. Dicen que algunos de estos grandes proyectos son de especial trascendencia y aparecen detrás grandes grupos empresariales dispuestos a revolucionar Aragón a medio plazo con estos proyectos transformadores. Será muy bienvenido, aunque hay que exigir que sea así, que haya un verdadero retorno, que se sea exigente en la rendición de cuentas, que se genere empleo duradero y de calidad y que no sirvan solo para aprovecharse del territorio sin socializar el beneficio. Hay experiencias en Aragón de cómo y para qué han servido los fondos públicos en proyectos inversores privados o semiprivados, y los resultados no han sido demasiado positivos, salvo excepciones. Esto no es un juicio de valor, sino que ha sido advertido por instituciones tan prestigiosas y rigurosas como la Cámara de Cuentas, el Tribunal de Cuentas o el Justicia de Aragón. Por tanto, todos estos proyectos que esperamos conocer con profusión a partir de abril o mayo deben ser correctamente auditados y fiscalizados por los mismos entes públicos que se vuelcan para que salgan adelante.

Estas iniciativas cuentan con el respaldo del Gobierno de Aragón y de España, las patronales y los sindicatos. También del Rey, que el viernes visitó Zaragoza y puso como ejemplo a seguir a las empresas aragonesas, para alborozo de las élites de esta comunidad. Aunque es fácil intuir que cuando el Rey visite Extremadura, Cantabria o Murcia también afirmará que sus empresas son un modelo a seguir y trufe su discurso con algún tópico local que sirva para el regocijo de las élites empresariales de la comunidad en la que se encuentre ese día. El respaldo del monarca es de especial importancia para estos grandes grupos que optan a estas cifras millonarias mientras muchísimos sectores ahogados por las restricciones suplican unas migajas en forma de ayudas directas y se las ven y se las desean para que se liberen pequeñas partidas con las que subsistir los próximos meses. Para mostrarles su apoyo, el Rey paseó en verano por los lugares más turísticos de cada autonomía tomándose alguna tapita de jamón y ensalzando las virtudes de la hostelería española. Los resultados de esa campaña no han sido los esperados. Son las paradojas de un sistema que ha convertido en los últimos años a las administraciones públicas en meras proveedoras de fondos, generosos en algunos casos y meros subsidios en la mayoría.

No es incompatible el esfuerzo hecho por Europa para que las grandes empresas se transformen y contribuyan al desarrollo económico con las ayudas directas que intenten paliar una crisis tan severa. Pero hay que estar alerta. Porque lo que no puede suceder tras esta crisis tan dura es lo que casi siempre suele ocurrir. Que algunos salen más gordos mientras otros adelgazan tanto que solo les queda fuerza para cerrar la persiana y acudir a la cola del paro.