Tras el bachillerato, los estudiantes se enfrentan a un importante dilema: dirimir su futuro. Un inmenso abanico de posibilidades se abre ante ellos: ¿qué carrera elegir? Tal amplitud de opciones deviene muchas veces en frustración y descalabros, pues cuando se abre una puerta, el resto se cierra. Tradicionalmente, son los padres quienes muestran mayor capacidad de influencia, coartando con suma facilidad la auténtica vocación de sus vástagos. Razones de peso les empujan para encauzar la decisión basándola en argumentos presuntamente pragmáticos, como los ingresos potenciales o la facilidad para abrirse camino en el ámbito profesional; también cuentan, ¿por qué no?, el prestigio y la sucesión en ocupaciones familiares, además de, simplemente, la catarsis de las propias aspiraciones del progenitor. Pero los bien intencionados consejos paternos tropiezan repetidamente con las aptitudes y disposiciones de sus hijos hacia determinadas disciplinas, las cuales son el origen de una motivación bien cimentada, lo que suele redundar en grandes satisfacciones y mejores calificaciones.

Existen hoy en día servicios de orientación, como Unitour, donde psicólogos y otros profesionales responden a los mil interrogantes de los jóvenes y les proporcionan una información vital para alcanzar sus objetivos, asesorándoles acerca de los obstáculos a los que deberán enfrentarse y cómo superarlos. Esta orientación supone un báculo imprescindible para eludir errores que, en definitiva, entrañan un altísimo precio tanto para los interesados como para la sociedad. Pero, en cualquier caso, resulta esencial el respeto y apoyo a la libre elección realizada por cada estudiante, liberándola de conveniencias e influencias mal dirigidas. Escritora