Los próximos meses en España están abocados a las carreras electorales, la primera y más expectante unas generales con todos los frentes abiertos y sobre los que el goteo de encuestas que ya ha comenzado difiere, significativamente, en la atribución de escaños a cada partido de lo que se conoce como la triple derecha, pero con una tendencia más coincidente en la suma global de los mismos. En la izquierda, los distintos sondeos reflejan menores deviaciones; un PSOE que agranda su ventaja, mientras se desploma Podemos. Todo en el aire. Y en esa incertidumbre monotemática que va a infiltrarse en los próximos meses en los ciudadanos, en su condición de electores, posiblemente se debería echar un vistazo a Alemania, por las repercusiones que su situación puede alumbrar en España. Allí, la desaceleración es un hecho (aunque persiste el colchón de su poder económico) y se teme a medio plazo que vaya a más por el frenazo de China o el brexit. Y en un contexto de exaltación nacionalista, evitar una nueva crisis se antoja cuestión de emergencia porque la última que padeció Europa, hace una década, ha sido el desencadenante de fuerzas populistas que están cambiando la cara al continente, especialmente de extrema derecha. Por aquí, el crecimiento se mantiene, y la subida de pensiones, sueldos públicos y salario mínimo ha apaciguado la escalada de la desigualdad, pero sin cirugías que permitan revertir políticas sociales aun pendientes. Por esos escenarios de previsión habría que transitar desde los atriles de la campaña y no por el tamaño de la banderita.

*Periodista