Decía Alfredo Pérez Rubalcaba que la política catalana estaba enferma de tacticismo. Tenía razón, pero el diagnóstico debería ampliarse a la política española en su conjunto. Todos los partidos practican una política de vuelo corto, sin luces largas, que se mueve a impulsos del último tuit o del último sobresalto. Los episodios vividos desde que se anunció la moción de censura en Murcia, seguida por iniciativas similares en Madrid y en Castilla y León, más el adelanto electoral en la comunidad madrileña, la salida del Gobierno de Pablo Iglesias y el desmoronamiento de Ciudadanos son el ejemplo más claro de lo que está pasando.

Y lo que está pasando es una volatilidad de la política y una inestabilidad crónica, sobre todo desde que el bipartidismo se acabó en el 2015. Entre ese año y el 2019 hubo nada menos que cuatro elecciones generales, por no hablar de las cinco veces que los catalanes han ido a las urnas en elecciones autonómicas en una década. La pandemia, además, ha acrecentado la polarización y el nerviosismo entre los partidos, que no se acostumbran tampoco a la cultura de la coalición. Ni saben gestionar las diferencias ni llegar a acuerdos por encima del interés partidista.

Todo el espectáculo y la convulsión política de los últimos días no respondían a ninguna demanda ciudadana, sino a los cálculos electorales y de regate corto de los partidos, empujados por unos estrategas que conciben la política como un carrusel de emociones y de sorpresas constantes, como si fuera un serie de televisión. No hay proyectos a largo plazo, ni debate ideológico, ni se habla de los problemas que interesan a la ciudadanía, ya sean los impuestos, la educación o la sanidad. Las sesiones de control de los miércoles en el Congreso son el mejor ejemplo. Y hasta tal punto es así que cuando Íñigo Errejón, por ejemplo, plantea un problema real y actual como la salud mental, debido a la pandemia, un diputado del PP se burla y lo manda al médico.

El sistema de partidos en España es a la vez frágil y con excesiva presencia en todas las esferas sociales. Uno de los ejemplos de la fragilidad es lo que ha ocurrido con Ciudadanos, un partido que, al expansionarse en España, se creó con criterios de márketing, sin referentes ideológicos claros, y cuando los votantes lo han abandonado se ha desmoronado en medio de intrigas, transfuguismo y luchas por el poder.

El tacticismo y la política cortoplacista son enfermedades que no llevan camino de curarse. Solo el fin de la inestabilidad, la reivindicación de la política como servicio a la ciudadanía y liderazgos fuertes y creíbles pueden atenuar el deterioro de la situación para que la gente vuelva a creer en los políticos.