Soy enfermera cercana a la jubilación y profesora de la Universidad de Zaragoza. A lo largo de mi vida profesional he ocupado diversos puestos de trabajo sanitarios y educativos y, en todos ellos, he desarrollado con pasión mi profesión.

Hace 40 años comenzamos posiblemente el cambio más importante y profundo de la profesión enfermera. Tomamos las riendas de la profesión, de la disciplina, y nos ha traído hasta lo que ahora somos. Iniciamos el cambio de plan de estudios ahora plenamente universitario con el Diplomado Universitario de Enfermería (DUE). Comenzamos los propios profesionales la docencia de las escuelas de Enfermería, ahora facultades. España en la historia de esta profesión es un caso singular, como también lo fue el programa formativo del Ayudante Técnico Sanitario (ATS) de 1953 a 1977: formación exclusivamente médica, salvo en la práctica, en la España de Franco. En esa época las enfermeras éramos una mera extensión de la mujer ideal: ama de casa, cuidadora, que esperaba al esposo con las zapatillas, la cena… para facilitar el descanso del guerrero, como las enfermeras esperaban a los médicos para ponerles la bata. Las ATS eran de las pocas mujeres, junto con maestras y secretarias, que trabajaban también fuera de casa. Obediencia, subordinación y sumisión al esposo, el padre y/o el médico.

Con la Transición y durante la llamada Revolución de las Batas Blancas, las enfermeras en España, entre 1976 y 1978, logramos importantes cambios en docencia, en salario, pero ahora todo está en peligro debido a la precariedad laboral, tanto en la sanidad como en las universidades públicas. Como en otros ámbitos de la sociedad española, tenemos excelentes profesionales, centenares de enfermeras y enfermeros con doctorado, o quizás ya sobrepasemos en el millar y además hemos avanzado en el desarrollo del pensamiento enfermero sobre el concepto y el valor de los cuidados. Tenemos además muy buena fama a nivel internacional, tanto por el nivel formativo como por la investigación, que realizamos con escasísimos recursos. En su gran mayoría a costa del tiempo libre de los propios investigadores. Los enfermeros y enfermeras realizan cribaje, es decir, valoramos la gravedad y por tanto la inmediatez, y el profesional que va a atender a las personas que demandan asistencia urgente. Por tanto, organizamos la atención requerida por el profesional adecuado, médico o enfermero.

Estamos pendientes de la vigilancia clínica de los enfermos hospitalizados, de los encamados y de las personas con procesos crónicos y otras dolencias, incluidos los cuidadores familiares, a los que favorecemos el bienestar y enseñamos autocuidados. Es decir, hacemos mucho más que administrar tratamientos médicos, como poner inyecciones -practicantes- porque sostenemos la vida y en muchas ocasiones nos anticipamos a las complicaciones. Para ello, superando muchas dificultades estamos desarrollando las especialidades con el sistema EIR (Enfermera Interna y Residente), y poco a poco se van creando puestos de trabajo de especialistas. Todo lo que hacemos se concreta en unas ratios enfermera/paciente que son de las más negativas de Europa. Esto hace que se ponga en peligro la seguridad de los pacientes y de las propias enfermeras.

A pesar de todos estos avances indiscutibles y la disciplina enfermera, tenemos un problema que todavía no hemos superado: ¿nos representan los colegios profesionales? En el colectivo enfermero, la proporción de mujeres sigue siendo muy superior a la de hombres, en torno al 75%. Sin embargo, en los colegios hay mayoría de hombres. Y muy particularmente de hombres mayores, de los que dudo acerca de su capacidad de cuidar porque han defendido el valor meramente técnico de la profesión como elemento de prestigio. Como sucede en la sociedad patriarcal, también hay mujeres que se apuntan a la igualdad mal comprendida, imitando el modelo del enfermero, o debería decir, del viejo practicante técnico, y abandona el cuidado del «estar con» enfermos y familiares, brindando cuidados invisibles, afectivos, emocionales de ayuda y compasión.

Todavía estoy esperando a conocer la opinión de la organización colegial acerca de la huelga del 8-M. ¿La apoyarán? ¿Cuáles serán sus razones? ¿O simplemente, como en otras ocasiones, solo habrá silencio pasivo? Me siento muy orgullosa de ser enfermera. Me hace feliz cuidar y enseñar a cuidar a las y los jóvenes estudiantes, futuros profesionales. He visto el cambio en los jóvenes estudiantes que muestran, a la vez que su capacidad científica y técnica, su sensibilidad humana a la hora de cuidar a las personas. Quizás sea ya el momento de desarrollar una opinión de consenso para realizar el cambio institucional y dar paso a las y los jóvenes profesionales. En mi opinión, los actuales no nos representan. Claro que hay excepciones en algún nivel provincial, pero, como dice el dicho «la excepción confirma la regla». Habría muchas cosas por debatir de cara al futuro a corto y medio plazo: desde la idoneidad de la actual estructura de colegios provinciales a la representación autonómica, y quizá probar nuevas innovaciones referentes a la necesidad de nuevos modelos de atención; sin duda, la necesidad inapelable de aumentar las plantillas de generalistas y especialistas… Señores y señoras de la cúpula colegial y colegas todos, es hora de cambiar el paso. Por todo ello, yo iré a la huelga del día 8, tanto por nuestra condiciones laborales y por el orgullo de ser mujer cuidadora como por la dignidad de todos los cuidadores profesionales y familiares. H *Enfermera y profesora de la Universidad de Zaragoza