Entre las decenas de chistes que más me gustan del genial Eugenio, está aquel que dice. «Me encanta jugar a la lotería y perder», y el amigo le pregunta; «¿Y ganar? ¡Eso sería la leche!»

Algo parecido le ocurriría al Gobierno de España si, en medio de una descomunal pandemia global, llegada sin preámbulos, afectando a todos por igual y con el confinamiento como método central para superarlo, no tuvieran críticas, no cometieran errores y no dieran algún que otro palo de ciego. ¡Sería la leche!

Las críticas a la gestión del Gobierno son necesarias y saludables, sobre todo si provienen desde la razón y la lucidez, porque para sembrar la destrucción y el caos ya tenemos bastante con el coronavirus. Hay algunos como Teodoro García Egea, secretario general del PP, que desde su gran formación científica como campeón mundial de lanzamiento de huesos de oliva, son capaces de enmendar las orientaciones de los expertos, científicos, OMS y al mismísimo sursum corda.

Otros como millones de ciudadanos, nos lo tomamos más en serio y damos muestras de unidad y solidaridad todos los días: recuperando la confianza en el Estado, en la ciencia y en los servicios esenciales, asumiendo sus orientaciones y convirtiendo la cotidianeidad en una nueva forma de vida, durmiendo mucho, cocinando, tomando el video-vermut con los amigos, la lectura, la gimnasia y las carreras por el pasillo, el aburrimiento, el dolor de las cifras que caen como gota malaya todos los días y, sobre todo sobrellevando esa melancolía que produce ver la fragilidad de una forma de vida que creíamos invulnerable.

La arrogancia con la que hemos vivido nos ha hecho sordos a las voces que desde hace años vienen avisando de los riesgos y la inseguridad que esta sociedad global conllevaba. Pensadores y científicos como Ulrich Beck (La sociedad del riesgo global) o Zygmunt Bauman (Comunidad) ya teorizaron a principios de este siglo acerca de las dificultades que los humanos tendríamos para resolver conflictos ecológicos, naturales o pandemias fruto de la globalización, desde posiciones individuales o territoriales.

La pandemia ha cambiado hasta nuestros propios mecanismos cerebrales en las proyecciones de futuro. El lenguaje proactivo, «haremos vacaciones… compraremos tal o cual cosa… iremos…» todo se ha convertido en condicionales, en interrogantes que han roto y desmontando hasta nuestra propia concepción del mundo.

Si nos ocurre como personas, como familias o como grupo de amigos, ¿qué no será dentro de una sociedad global y organizada como es nuestro Estado? En apenas días nuestro sistema basado en el trabajo, la producción y el consumo se ha caído. Inerte, deja millones de problemas individuales a los que el aparato de estado debe dar soluciones, evitando el colapso futuro y garantizando la salud presente. Seguro que no es fácil, ni para los que tienen soluciones para todo, como los señores Abascal, Casado o Torra, que recuerdan más a los forenses, constatando la enfermedad del muerto, que a los cirujanos salvando la vida del paciente. ¡Que pena! todavía no se han enterado que esto va de salvar vidas, de parar la muerte, de evitar que la enfermedad nos arrase como país.

Parapetados en nuestras casas y absortos en el aburrimiento, olvidamos que el virus no tiene fronteras y si la higiene y el confinamiento son vitales para aislarlo, hay alrededor de 2100 millones de personas que carecen de agua potable en el hogar y más del doble no disponen de saneamiento seguro. Alrededor de 1.600 millones habitan casas inadecuadas y según la OMS más de la mitad de la población del África subsahariana (a menos de 3.000 kilómetros de distancia) carecen de un sistema básico de saneamiento y sanitario. En África existen, según la ONU, dos médicos y 15,5 camas hospitalarias por cada 10.000 habitantes, y países como Uganda tienen más ministros que unidades de cuidados, o Gambia, que dispone solo de dos camas de cuidados intensivos para 2.000.000 de ciudadanos.

El efecto que este virus puede tener sobre esta población, puede ser catastrófico, de ahí las declaraciones del premio Nobel de la paz, el etíope Abij Abmed. «Si el virus no es derrotado en África, regresará para golpear al mundo».

Sabiendo que todos somos interdependientes y la rapidez y riesgo del contagio va por delante de las soluciones, acusar al Gobierno de negligente o cebarse con sus errores, que los tienen, me recuerda aquella frase tan socorrida de Einstein. «Solo hay dos cosas que pueden ser infinitas, el universo y la estupidez humana». H