El lunes, con miedo a acciones terroristas y dos días de antelación sobre lo previsto, EEUU transfirió la soberanía teórica de Irak al nuevo Gobierno encabezado por Iyad Alaui. Aunque las tropas de la coalición, más de 160.000 militares, básicamente ingleses y americanos, seguirán siendo el centro del poder. Al mismo tiempo, el presidente George Bush se reunió con los países de la OTAN en Estambul para lograr una mayor implicación --limitada-- de la organización en Irak.

Tanto la furtiva cesión de soberanía como el intento de simular un mejor entendimiento con Europa tienen un único motivo: la necesidad de enmascarar el gran fracaso que ha supuesto la invasión de Irak. Bush derribó a Sadam Husein pensando que la operación consagraría su imagen de líder fuerte en la lucha contra el terrorismo y los enemigos de América. Y que así garantizaba la reelección, para un segundo mandato, el próximo noviembre.

MAS DE UNaño después de proclamar el fin de la guerra, Irak no ha recuperado la normalidad y las fuerzas ocupantes se enfrentan al terrorismo y a diversas formas de resistencia. El número de norteamericanos muertos se eleva cada semana y las últimas encuestas muestran una preocupante desafección de la opinión publica. El último sondeo de The New York Times, conocido ayer, indica que Bush tiene la popularidad más baja de su mandato. Sólo el 42% (contra el 51%) respalda su gestión, mientras que el 58% (contra el 36%) desaprueba su política en Irak. Y el riesgo de perder las elecciones es real, aunque a John Kerry le cuesta afianzarse. El gran fracaso salta a la vista si analizamos lo que los estrategas de Bush creían --y prometían-- hace 18 meses y lo que sucede ahora.

Respecto del orden mundial se proclamaba que la normalización de Irak y de Oriente Próximo implicarían un gran cambio. La ONU y otras organizaciones multilaterales cederían protagonismo ante la superpotencia que tendría aliados variables en cada momento.

*Periodista