No es salir ni hacer camino al andar lo que hacen los turistas. Sino dar vueltas por caminos trillados como en la era. No es ir a casa: a la de todos, se entiende. Sino volver a la propia sin haber salido. No es abrirse. Es trasladarse como los caracoles con la casa encima. O más deprisa: disparados como balas perdidas, embalados. Sacando los cuernos apenas, tropezando a ciegas o atropellando a quienes cierran el paso. Viendo sólo lo que hay que ver: el escándalo. Sin mirar a los ojos, esa maravilla . Que lo suyo no es abrirse para abrazar, encontrarse y comprender a los otros.

Esa forma de vida encerrada es insistir y en modo alguna existir. Es de hecho la negación de la humanidad que nos hace humanos, la renuncia del hombre a lo que debe ser todavía. Un mal rollo de la vida amortiguada y sepultada -ensimismada- que ya no está aquí para nadie. Y va por ahí perdida: sin encontrarse consigo al encontrarse con otros.

Esta forma de vida irresponsable -impersonal- que se lleva en las ciudades se lleva también en los pueblos. La despoblación no es un problema meramente demográfico. Estar tumbado en el sofá frente al televisor o andar por ahí conectado sin encontrarse con nadie, pasa también en los pueblos. Es un hecho que delata el problema de la gente en general en nuestro mundo global.

En la actualidad podemos hacer incluso turismo virtualmente sin movernos y estar en casa sin estar para nadie. De hecho vivimos enredados y enredando, despegados de la tierra o en la nube. Conectados más que presentes aquí, donde tenemos el cuerpo. Distraídos o abducidos del mundo de la vida, del mundo concreto que nos rodea en silencio sin decir nada cuando no estamos aquí como personas. Y por tanto abiertos y accesibles para otros. Sino en la higuera o andando por ahí perdidos Dios sabe dónde pero no su hermano. Huyendo como Caín.

El mundo de la vida humana, de la existencia, no es sólo un lugar habitado por las personas; que también, por supuesto. Ha sido y sigue siendo un orden establecido hasta cierto punto, asentado, firme y consentido, aceptado en principio, determinado. Es decir un mundo finito y definido frente al caos. Y en tal sentido ocupado por una comunidad. Pero esa comunidad humana no existe fuera de la historia. Ni el hombre como persona tampoco. Que hay mucho por hacer hasta llegar a la casa común: hasta ser todos juntos nosotros, la humanidad entera. Que ese es el destino y el sentido del camino: de la historia y de la vida. De tu vida y de la mía, compañero. De la nuestra.

Y aquí y ahora -ese es el problema en la actual situación- vemos que se liquida la comunidad establecida o se disuelve, se evapora o se pierde andando por ahí en la nube de la comunicación permanente sin pasado ni futuro. Como una «eternidad efímera», como dice M. Castells. De no caer por su propio peso en un agujero como tradición traicionada, muerta y enterrada con el pasado sin ningún futuro. En vez de caminar con un pie en tierra y otro en el aire, paso a paso, con determinación y como experiencia abierta en curso de verificación.

Después de la comunidad tradicional la alternativa hoy no es la comunicación permanente sino la comunión que acontece poniendo al día la tradición sin salirse del camino. O lo que es lo mismo, poniendo el pasado al servicio de la esperanza y manteniendo viva la tradición. Que no es como el madero que lleva el río -siempre el mismo- sino más bien como el río que nos lleva y va cambiando. No sin mojarnos, claro. Y tampoco sin cambiar y no hacer nada. Sin nadar y sacar la cabeza al menos, si no queremos ahogarnos.

En vez de estar en la red enredando y enredados, detenidos y entretenidos sin hacer nada, el problema es hacer hoy con los otros lo que podemos y debemos: salir de un colectivismo patriotero que no va a ninguna parte y de una comunicación que a nada compromete si en eso se queda. Compartir el camino y la vianda, compañeros. La palabra cabal que es el diálogo, el mundo de la vida y la convivencia en este mundo: la existencia. Sin insistir en nada ni quedarse en casa, que no la hay para nadie todavía. Ni quedarse al margen o estar en las nubes. Sino en camino, al encuentro del otro y con todos los otros. Hasta llegar a ser todos personas humanas. Ese es el problema. O la tarta, que puede quedarse en tema o empanada si no pasamos del dicho al trecho. A la verdad que nace cuando se hace.

Por mucha libertad que haya en este mundo -todos la tenemos toda para pensar y algunos incluso para escribir lo que pensamos- la gran mayoría tiene muy poca y así será mientras sea la igualdad escasa. Los menos serán más libres al ser «más iguales» que los otros. Aún así la perfección no está en la libertad y la igualdad, sino en la fraternidad. Sin ella la tarta de este mundo no pasará de ser una empanada. En cambio, con ella, sería para chuparse los dedos. La aspiración a la fraternidad universal nos orienta y nos pone en camino hasta llegar a casa. Cada paso en ese camino anticipa lo que debe ser todavía, es una prenda: una promesa y una experiencia abierta. Por ella y en ella nos encontramos , nos reconocemos y somos personas humanas del mismo barro en cuerpo presente, compañeros en camino a la misma casa: la Humanidad después de todo. Es lo mejor que podemos pensar. Pero del dicho al hecho....Pues eso.

*Filósofo