Las enseñanzas dejadas por el recurso a la austeridad para afrontar la crisis financiera del 2008 han hecho que ahora, para paliar los estragos económicos de la pandemia, todos los estímulos parezcan apropiados para que la recuperación sea una pronta realidad. Cierto es que la crisis en curso no es financiera, sino fruto de un periodo de congelación de la economía, y quizá por esta razón se entendió que la salida del laberinto no estaba en cargar el coste de la recuperación sobre los hombros de los contribuyentes. Mucho antes de que Mario Draghi dijera que no es momento de ahorrar, los gestores de las economías occidentales llegaron a esta conclusión.

Estados Unidos movilizó en total unos 2,5 billones de dólares entre 2008 y 2009 para dar respiración asistida a la banca y al sector del automóvil y estimular la demanda, pero durante el segundo año del primer mandato de Barack Obama se optó por cerrar el grifo y cayó en el olvido el prometido rescate de la clase media. Hoy suman cinco billones de dólares los diferentes planes de ayuda y estímulo de la economía puestos en marcha -el último, de Joe Biden, de 1,9 millones de dólares-, una cantidad ingente de dinero para que en el 2021 el crecimiento del PIB no sea inferior al 6,5%. Un mecanismo de dinamización de la economía con algunos riesgos, como un repunte de la inflación, pero que de momento ha permitido situar el paro en torno al 7%.

La mutación genética en la Unión Europea ha sido parecida. La austeridad impuesta por Alemania a partir del bienio 2009-2010 retrasó enormemente la recuperación, agravó las consecuencias de los rescates, entre ellos los 41.000 millones de euros que precisó la banca española, disparó las tensiones alcistas de la deuda soberana y situó al euro a un paso del desastre. El medio billón desembolsado tuvo un único destino, financiar los rescates, y derivó en una intervención de las economías, la imposición de programas de contracción del gasto público y el control de los llamados hombres de negro. Ahora, la inyección de dinero público en la UE asciende a 3,7 billones de euros, se ha creado un fondo específico para financiar los ertes y se ha aprobado un programa de recuperación de 750.000 millones que se cubrirá con deuda conjunta consignada en el presupuesto de la Comisión Europea, algo que hasta la fecha reciente era considerado pura heterodoxia. Por fortuna, el realismo se ha impuesto a las reservas del frente austero.

Para economías tan castigadas como la española, con un descenso del PIB en el 2020 por encima del 11%, un altísimo incremento de la deuda y cifras del paro por encima de los cuatro millones, el abandono de la austeridad ha sido fundamental para limitar en lo posible el parte de daños. La última partida de 11.000 millones, aprobada para ayudar a autónomos y empresas, no habría visto la luz si la consigna hubiese sido que era hora de ahorrar, y las perspectivas de crecimiento para este año, en torno al 5,7%, habrían sido pura ilusión si se hubiesen impuesto criterios restrictivos.