Antes de la epidemia, la política y los políticos eran según el CIS el segundo problema de los españoles. Ya no solo era que la política fuera la solución, maximalismo utópico que no comparto, es que ni siquiera se veía útil como regulación. En sociedad los desacuerdos son constantes, la armonía es un hecho excepcional, y bien que lo estamos comprobando ahora que los aplausos van desapareciendo. Por eso, la política tiene como uno de sus fines el mantenimiento de la cohesión social frente a las tensiones y los conflictos.

Antes de la epidemia, en las últimas elecciones generales, la mayoría de los españoles no se movilizó a favor del partido que le generará confianza o coincidiera con sus posiciones, sino como respuesta al adversario político.

El 37% se movilizó para evitar que ganaran los partidos de derechas y el 18% para que lo hicieran los de izquierdas. Todo esto envuelto del mayor grado de desconfianza a los principales líderes políticos, más del 76% sobre Pedro Sánchez y el 81% en Pablo Casado.

La crisis sanitaria en lugar de reducir este desencuentro entre ciudadanos y políticos, y entre los propios protagonistas políticos ha aumentado el decalaje. A mayor polarización, más espacio para las posiciones irreconciliables, lo que dificulta la posibilidad de alcanzar acuerdos. La fortaleza de los partidos antisistema ha conseguido un movimiento centrífugo en el resto de los partidos, que rehuirían el centro buscando competir por los extremos donde los electores adoptan las posiciones más radicales.

Arias Navarro o Raimundo Fernández-Cuesta en los finales del franquismo tildaban a los enemigos de España como «misérrima oposición». Los enemigos de España, parecía una expresión de un lenguaje olvidado que ha resurgido no solo desde las filas de la ira verde, sino desde otras posiciones ideológicas, que se encuentran cómodas nadando en el fango con sus cuadrillas de propaganda alentándoles en su España en ruinas. Cada medida, cada decisión es cuestionada en términos de patriotismo, y así es imposible transaccionar ninguna de las resoluciones.

La unidad administrativa para la que se elige la desescalada puede parecer o no la adecuada, pero de ahí a repensar en el autoritarismo o a avisar que su fracaso pondrá la responsabilidad de los fallecimientos en un bando nos aventura las enormes dificultades de aplicación del todavía proyecto de las cuatro fases. A la contra y con el sálvese quién pueda siguen siendo los referentes en la nueva normalidad.