Cuando la vida cotidiana se enerva, hay que encontrar escapes que procuren placidez o, cuando menos, algún sosiego. Si no, el equilibrio natural puede romperse peligrosamente. Estos son momentos en los que el talante de cualquier persona de bien está sometido a una presión inusitada por culpa de la desfachatez que Aznar y su partido están prodigando a cuenta del aniversario de los preparativos de la guerra ilegal contra el pueblo iraquí. Ante la desvergüenza de la negación de sus propias declaraciones hay que hacer dos cosas. La una para dentro de unas semanas, cuando tengamos que enfrentarnos ante una urna, que no se le olvide a nadie quiénes son, cómo son, cómo piensan y cómo mienten. La inmediata es sumergirse en atmósferas en las que podamos respirar sanos aromas de bondad, inteligencia y ternura. No se depriman, aún queda de eso en el mundo. Y, en concreto, se puede disfrutar en Zaragoza. Vayan, sin ir más lejos, al Circo de los Hermanos Raluy y saldrán siendo mejores personas de lo que eran antes. Y además habrán pasado un rato inolvidable. Ese espectáculo, por el bien que esparce, debería declararse de utilidad pública.

*Profesor de Universidad