La frialdad de los datos estadísticos evidencia diferencias de género que no siempre van camino de normalizarse, tal y como sería deseable. Un caso curioso estriba en la elección de carrera, donde las licenciaturas de carácter asistencial y social, así como las relacionadas con la docencia, son la opción de referencia para las jóvenes que emprenden ilusionadas su etapa universitaria, mientras que parece detectarse cierto rechazo hacia las ingenierías, sobre todo mecánica y electricidad, con el factor agravante de que la brecha no solo se mantiene, sino que tiende a ensancharse, con una clara disminución de matrículas durante las dos últimas décadas.

Desde luego, incluso desde un análisis somero, se advierten numerosos factores potencialmente generadores de una situación que menoscaba el desarrollo profesional femenino. Uno de los más destacados estriba en que los conflictos de conciliación familiar afectan en mayor medida a la mujer, secularmente responsable de las tareas hogareñas, crianza y educación de los hijos. Todavía son ellas, con diferencia sustancial, las obligadas a sacrificar su trayectoria profesional en pro de la vida familiar, lo que implica limitaciones difíciles de superar. Pero, además, también es la mujer la figura más significada en cuanto al cometido asistencial, tanto dentro como fuera de su entorno más próximo. A la hora de cuidar de un enfermo, de los mayores o de cualesquiera persona necesitada de ayuda, es siempre una mujer la primera si no única protagonista. Es muy triste que tan excelsas cualidades como la capacidad de empatía, entrega y sacrificio, que suelen distinguir a la feminidad, sea precisamente lo que limita su desarrollo profesional y que, para mayor escarnio, sus méritos tengan tan escaso reconocimiento.

*Escritora