Uno de los filósofos más importantes hoy es Franco Berardi, ya que proporciona análisis muy certeros sobre la situación actual y posibles alternativas. Como en su libro Futurabilidad. La era de la impotencia y el horizonte de la posibilidad.

Estamos pasando de la era Thatcher a la era de Trump. Un frente antiglobalización de regímenes «populistas» incorpora cada vez más fuerzas en el mundo occidental, del espacio de decadencia económica y demográfica de la raza blanca.

Desde mitad de los 70, a los trabajadores blancos occidentales se les ha convencido de que hay vencedores y perdedores, no explotados ni explotadores. Es decir, nosotros somos los blancos y somos los vencedores, pero no es así. Tras 40 años de neoliberalismo, los trabajadores blancos occidentales han descubierto que sus derechos sociolaborales se han dinamitado y que son perdedores. Esta nueva situación cabe situarla en un largo plazo que conforma la pérdida de hegemonía de la raza blanca en el planeta. El racismo en el XIX y de inicios del XX era de los vencedores blancos. Iban a África y Asia a dominar y explotar. Hoy es un racismo de una raza blanca aterrorizada porque los trabajadores blancos son los perdedores.

En este punto, la nueva forma de identificación de Trump es la representación de los humillados, al decirles que no son trabajadores, como dicen los demócratas y los sindicatos, sino guerreros blancos. La irrupción del nuevo racismo blanco no es el efecto de su potencia real, es el producto de una humillación. Como la de los hombres de la antigua Alemania Oriental, en paro y abandonados por sus mujeres que se marcharon a la Occidental, y que votan a Alternativa para Alemania AfD.

La historia trata de demostrar que la raza blanca es la dominante pero no lo es ni económica (comparemos China y EEUU) ni sexualmente, ya que la pérdida de esta dominación mundial es también una crisis en la identidad de la masculinidad blanca. Además, el hombre blanco es el más envejecido del planeta, por lo tanto, el miedo a los africanos o a los árabes representa el miedo a los jóvenes. El resultado es la interiorización de una impotencia que está generando una reacción a través de una vuelta a un racismo diferente.

Tras el Tratado de Versalles, la sociedad alemana se vio sumida en la pobreza y humillada. Hitler halló su oportunidad: su jugada fue exhortar a los alemanes a identificarse no como una clase humillada de trabajadores explotados, sino como una raza superior. Les dijo que eran los guerreros blancos frente a sus enemigos judíos, porque eran la causa de su empobrecimiento al dominar la banca. Esa exhortación de Hitler a los alemanes de raza blanca funcionó entonces y hoy a escala mucho mayor: la de Trump, Putin, Kaczynski, Orban, Le Pen y muchos otros políticos mediocres, que olisquean la oportunidad de conquistar el poder encarnando la voluntad de potencia de la raza blanca en vísperas de su ocaso final. El llamamiento racial es cada vez más fuerte y ese miedo racial motiva las políticas antiinmigratorias de la UE y de Trump. Este racismo emergente es una reminiscencia del colonialismo, conjugado con la derrota social de la clase trabajadora blanca occidental.

Será lamentable, pero la tendencia en el devenir actual del mundo es la unificación de un frente heterogéneo de fuerzas antiglobalización, una vuelta al nacionalsocialismo y una reacción general contra la decadencia de la raza blanca, entendida como una consecuencia de la globalización. En la medida en que los distintos frentes reaccionarios que se levantan con el poder en el mundo tienen por referencia social a la clase obrera blanca derrotada, podríamos hablar de nacionalobrerismo.

Mario Tronti llamó a los obreros industriales una «ruda raza pagana», dispuesta a luchar por intereses materiales y no por ideales retóricos. Fue por intereses materiales por lo que la ruda clase obrera alemana se volvió nacionalista y racista en 1933. Trump ganó porque representa un arma en manos de los obreros empobrecidos, y porque la izquierda los ha abandonado frente al capital financiero. Es un arma que pronto se volverá contra los propios obreros y los llevará a la guerra racial. Ya la vemos en los EEUU

Ese frente antiglobal occidental es producto de tres décadas de gobiernos neoliberales. Pero, hasta hace poco, tanto en Europa como en los EEUU los conservadores eran globalistas y neoliberales. Ahora ya no. La elección de Trump es el punto sin retorno del conflicto mundial entre el globalismo capitalista y el antiglobalismo reaccionario.

La guerra en ciernes comienza a vislumbrarse como una batalla futura en tres frentes distintos. El primero, es el poder neoliberal, que aprieta a los gobiernos para impulsar programas de austeridad y privatización. El segundo, el trumpismo antiglobalización, basado en el resentimiento blanco y la desesperación de la clase obrera. El tercero, que todavía se oculta, es el creciente necroimperio del terrorismo, con sus diferentes formas de odio religioso, furia nacionalista y su estrategia económica, que se puede denominar necrocapital.

Franco Berardi piensa que la Guerra contra el Terror, cuyo principal objetivo es la yihad global, tarde o temprano dará paso a la guerra entre el globalismo capitalista y un nacionalsocialismo antiglobalización internacional, que podrá denominarse «putintrumpismo».

*Profesor de instituto