Uso el singular en el título de esta pieza como indicativo categórico, no porque considere que haya un solo error que conduzca a un solo horror. Error es la categoría en la que pueden incardinarse la mayor parte de las acciones de nuestros políticos en los últimos cuatro años. Horror es el saco roto en el que pueden meterse las consecuencias que esos errores van a tener para nuestra democracia.

Error reciente y fresquísimo: el de Rivera al renunciar a sumar sus escaños a los de Sánchez para formar el que podría haber sido un gobierno estable, alejado de las presiones de los extremos ideológicos y de los nacionalismos excluyentes. El error de Rivera es incomprensible incluso para buena parte de los miembros de su partido (los que lo han abandonado y los que lo harían si no temieran perder el favor del líder y el calor del partido). El error de Rivera es tan incomprensible y absurdo que ha provocado un inaudito amago de rectificación que solo puede calificarse de vergonzante y ridículo.

Error aún más reciente y aún más fresco, si no fuera por el hedor narcisista que desprende: el de Iglesias en junio, al no aceptar una oferta generosísima del PSOE: tres ministerios y una vicepresidencia. Una oferta que habría estado dispuesto a aceptar sólo un mes después de rechazarla. Tan magnánima era que uno tiene la tentación de creérsela solo en el supuesto de que Sánchez supiera de antemano que iba a ser rechazada. Pero así y todo, Iglesias tuvo en su mano aceptarla y permitir un gobierno de progreso con muletas nacionalistas, difícil y complejo, pero no más que el cuatripartito aragonés por poner un ejemplo.

Errores rancios, a pesar de su juventud, errores que ya huelen son los cometidos por Podemos y Ciudadanos desde sus primeras horas, al no aprovechar la oportunidad única e histórica de ensanchar de verdad el arco político y superar un bipartidismo que parecía agotado. Para no hacerlo, ambos partidos apostaron por la pusilanimidad de ejercer esa nueva política que prometían a sus ilusionados seguidores, valiéndose de las mismas gastadas herramientas, propias de esa política vieja y caduca que denostaban de cara a la galería.

Que nadie piense que exculpo a los líderes de PSOE y PP del capítulo de los hierros. La naturaleza de su error es inodora como el agua, incolora como el agua e insípida como el agua; y ahí radican tanto su gravedad como su virtuosismo: siendo los nuevos dirigentes de estos viejos partidos los principales responsables del desastre, saldrán reforzados de él por el simple peso de las estructuras que usufructúan y por la sencilla razón de que el electorado tiende al conservadurismo de manera natural. Algo que los Redondos y otros estrategas saben tan bien que probablemente no necesitan saber más para ganar la partida.

Llega el turno de los horrores, que tal vez puedan resumirse en dos, como los Diez Mandamientos: Odiarás a los políticos tanto como a las estructuras que los sustentan y abominarás de la democracia por haber permitido tales engendros.

La acumulación de errores de los últimos cuatro años ha dilapidado el prestigio de nuestra joven democracia. El lustre de la Transición, que llegamos a exportar a países necesitados de hojas de ruta creíbles, se ha ido por el desagüe de las ambiciones de cuatro políticos mediocres, calculadores, avariciosos e irresponsables.

El resultado es una ciudadanía totalmente desencantada, desmotivada y desilusionada, que abomina de la política, que desconfía de las instituciones y que clama por un cambio tan radical como peligroso.

En ese contexto, se nos empuja a pensar que los fundamentos de la democracia moderna (la representatividad y su instrumento, los partidos políticos) han caído en una crisis de tal calibre que tal vez sería mejor, o bien prescindir de los políticos y confiar en simples buenos gestores de lo público, o bien buscar sistemas alternativos que garanticen la gobernabilidad.

Ante las nuevas elecciones, la ciudadanía se debate en el dilema entre la abstención beligerante o el retorno al plácido bipartidismo. Los más hartos abogan ya por que, si no hay más remedio, volvamos a una especie de turnismo decimonónico. Los más osados empiezan a pensar en soluciones imaginativas inspiradas en la Grecia Clásica, como recurrir al sorteo para elegir a nuestros representantes.

Lo que nadie debería olvidar nunca es que del error al horror hay un solo paso y dos letras, una de las cuales es muda.

*Escritor