En los últimos días ha habido dos cuestiones aparentemente importantes: la irrupción de Errejón en el tablero electoral español y la detención de nueve miembros de los CDR independentistas catalanes. Ambas cuestiones están relacionadas con dos acontecimientos próximos: las elecciones del próximo 10 de noviembre y la sentencia del juicio a los independentistas catalanes, que parece ser que saldrá en octubre. Ambos hechos generarán el ruido suficiente para que los dos grandes protagonistas del circo español, políticos y medios de comunicación, tengan munición de subsistencia para una temporada.

Si yo fuera Errejón me recluiría en un monasterio a pensar. Sobre todo a intentar responder toda una batería de interrogantes que su presencia abre. ¿Se presenta o lo presentan? ¿Se trata de España, perdón «país», o de él? ¿Se presenta para paliar el hartazgo o para capitalizarlo? Parece ser que Errejón descubrió el pluralismo político cuando perdió en Vistalegre II. Va ser una campaña hueca y con desideratas futuribles difíciles de cumplir. De Cataluña, esperaremos la sentencia y sus consecuencias para comentarlas.

Pero nada de esto es la auténtica realidad, sino que es la economía mundial la que marca el futuro inmediato. Ya hace tiempo que no son los países los que imponen las condiciones de vida de sus gentes, sino las grandes corporaciones mundiales que operan transnacionalmente con una impunidad total. Es la famosa globalización. Los partidos políticos se desgañitan en hacer creer a los votantes que es la vida de la gente la que les preocupa. Pero los programas que presentan, en el caso de que así sea, no pasan de ser una colección de frases, más o menos biensonantes, que tienen pocas posibilidades de formar parte de la auténtica realidad de los ciudadanos.

¿Qué es lo importante para los ciudadanos españoles? Fundamentalmente, una cosa muy simple: si van a poder vivir con una mínima dignidad. Lo que no parece sencillo ni claro con la perspectiva que se vislumbra. Nuestros políticos se llenan la boca con que el desarrollo español va por delante de la media europea, cuando la realidad es que España suele ir por detrás tanto en la aceleración como en la desaceleración de la economía. Si observamos la deuda española, el porcentaje de paro y la dependencia energética, el resultado es otro muy distinto. En economía, cada uno maneja los parámetros que le cuadran con el resultado al que quiere llegar.

Niño Becerra es uno de los economistas que más y antes ha escrito sobre la gran crisis de 2008. En su último libro, El crash. Tercera fase (Roca Editorial), mantiene que la crisis no ha finalizado, sino que estamos en la tercera fase de una crisis que nos va a llevar a otro modelo económico donde habrá una «nueva normalidad», caracterizada por la desaparición de la clase media, el desempleo estructural, subempleo elevadísimo y una alta desigualdad. Esta fundada opinión contradice a la opinión reinante entre los políticos españoles de que la crisis ha finalizado. Sin la cosmética del Banco Central Europeo (BCE), que tiene en su poder un cuarto de billón de euros de la deuda española, no se podría mantener esa opinión. Algunos llegan a decir que como la deuda es impagable, lo que es cierto, ya se solucionará políticamente con quitas y compensaciones. Sin embargo, no piensan en que el verdadero negocio de la deuda está en el pago de los intereses. España paga al año 30.000 millones de euros por los intereses de su deuda. Sin embargo, nadie habla de economía. Yo pienso que es por dos razones, porque no se atreven y porque no saben.

Nadie, por ejemplo, se atreve a decir que, con los parámetros económicos actuales, las pensiones son insostenibles, que gracias a los miserables salarios se sostienen muchas empresas, que el pluriempleo va a ser la tónica reinante, que la omnipresencia de la tecnología definirá un nuevo modelo productivo que ya no necesitará la masa de individuos y que se traducirá en desigualdades y en la desaparición de la clase media, que la renta básica no será una opción política progresista sino una mísera realidad obligatoria para los que no tengan otros ingresos y así mantener la paz social.

Tras esta tenebrosa perspectiva da risa pensar en el papel de Errejón y en los problemas del identitarismo catalán. ¿Cuándo acabaremos con los entretenimientos infantiles? Ojalá Niño Becerra se equivoque y yo con él, pero pintan bastos y aquí parece no pasar nada.

*Profesor de Filosofía