Se ha escrito tanto a favor y en contra de los deberes que el profesorado manda a los alumnos para hacer en casa que resulta difícil añadir algo nuevo. A pesar de ello, me ha parecido conveniente escribir este artículo porque no podía imaginar que esa funesta costumbre pudiera esclavizar a los niños y niñas. Hace una semana estaba yo esperando mi turno en una clínica oftalmológica y de repente llegó una mamá con sus dos hijas que acababan de salir del colegio. La más pequeña, que era la que tenía cita con la oftalmóloga, tendría alrededor de nueve años y su hermana mayor alrededor de doce. Nada más sentarse frente a mí, la mamá les conminó a que aprovecharan el tiempo de la espera en hacer los deberes escolares. Yo esperaba que las dos niñas se negaran. Sin embargo ambas, de forma sumisa, sacaron libros, cuadernos y lápices y comenzaron esa tediosa labor. La pequeña puso esos utensilios sobre la silla y comenzó a trabajar puesta de rodillas en el suelo. Por su parte, la mayor cruzó una pierna sobre el muslo contrario y encima puso sus herramientas. Al tener que trabajar en esas condiciones tan precarias, pensé que pronto se rebelarían ante la madre, pero no fue así. Cuando fui llamado para entrar a la consulta, después de haber transcurrido casi media hora, las dos hermanas continuaban su trabajo sin rechistar.

Durante el tiempo que estuve contemplando ese espectáculo, mi cabeza bullía tratando de encontrar una explicación lógica a esa esclavitud. Rápidamente pensé que la causa no era por miedo a las reprimendas de la mamá, ya que se notaba que pertenecía a ese tipo de madres percibidas por sus hijos como auténticas amigas. Tampoco podía ser la causa el convencimiento de las dos hermanas acerca de la bondad del trabajo que estaban realizando, ya que de vez en cuando una y otra declaraban en voz alta que los ejercicios les parecían muy aburridos, lo cual quedaba patente por el nulo interés con que los hacían. Entonces inferí que a lo mejor se sometían a ese suplicio por temor a las reprimendas de sus respectivas profesoras, o por el impacto negativo que pudiera tener en sus calificaciones escolares llegar al día siguiente a la escuela sin haber hecho los deberes, pero tampoco me pareció muy coherente esta explicación dado que hace mucho tiempo que se extinguieron los profesores represores, tanto en las escuelas públicas como en las privadas (en este caso, las dos hermanas iban a un colegio privado a juzgar por el uniforme que llevaban).

Como pueden ustedes comprobar, no tengo una respuesta que me permita comprender como unas niñas sanas física y mentalmente admiten sin rechistar que una actividad escolar tan estúpida y tediosa les obligue a transformar los bancos de una consulta médica en una incómoda mesa de trabajo, ni que una mamá que parece una persona sensata permita que sus hijas se conviertan en unas esclavas sin derecho a ocio postescolar, después de haber entrado al colegio a las nueve de la mañana y haber salido a las cinco de la tarde.

La otra duda que me surge está relacionada con la complicidad del profesorado. En mi cabeza no entra que los profesores manden ese tipo de trabajo extra para que los alumnos lo hagan en casa convencidos de la bondad que los deberes escolares tienen para la formación del alumnado. Hoy en día cualquier profesor o profesora sabe que todas las investigaciones existentes sobre el tema demuestran que no hay ninguna correlación entre ese tipo de trabajo extra y el rendimiento académico, o que contribuye a desmotivar a los alumnos con respecto al aprendizaje curricular. Por otra parte, aquellos profesores y profesoras que no hayan leído jamás una revista psicopedagógica tampoco pueden alegar desconocimiento, ya que suele haber coincidencia en los artículos periodísticos y en los debates radiofónicos y televisivos acerca de la inutilidad pedagógica de ese tipo de trabajo extracurricular.

Si, como parece, los deberes escolares, prescritos para hacer en casa fuera del horario escolar, son tan cuestionados por los investigadores, por una buena parte del profesorado y también por muchas familias, parece pertinente hacerse esta pregunta ¿Por qué no se prohíben? No cabe duda de que no existe una respuesta unívoca. La que a mí me parece más coherente es que los deberes escolares contribuyen de forma muy eficaz a perpetuar las dos funciones principales de la escuela tradicional: tener controladas a las generaciones jóvenes y hacer mayores las diferencias entre los alumnos que pertenecen a diferentes clases sociales. Para los padres cultos, capaces de ayudar a sus hijos, y para los ricos, capaces de pagar un profesor particular, los deberes escolares son solo un fastidio fácil de soportar. En cambio, para las familias incultas y pobres son una losa que contribuye a convertir a sus hijos en pésimos alumnos.

Como afirma Holt, en las sociedades complejas no es suficiente para controlar a los niños y jóvenes tenerlos encerrados durante seis o más horas al día en las escuelas para que no causen problemas, sino que además es necesario que la escuela extienda el control de la infancia hasta el ámbito familiar a través de la imposición de ingentes deberes para hacer en casa.

No quiero terminar este artículo sin dejar en el aire una pregunta que ya he hecho en varias ocasiones en este diario: ¿Por qué las asociaciones existentes cuyo objetivo fundamental es la defensa de los derechos de la infancia no alzan su voz para evitar que un niño se vea obligado a tener que dedicar diariamente al trabajo académico tantas o más horas que las que dedica un adulto a su trabajo cotidiano?.

*Catedrático jubilado, Universidad de Zaragoza