Cuando faltan dos días para que los escoceses decidan su futuro en las urnas, los sondeos han cambiado de signo para volver a dar la victoria al no, pero con un margen tan escaso que a estas alturas cualquier resultado es posible. Visto desde estos lares, el proceso que lleva a las urnas parece modélico. El Partido Nacionalista Escocés llevó el proyecto de la independencia en su programa para las elecciones del 2011 y las ganó por mayoría absoluta. A partir de ahí, la maquinaria hacia el voto del jueves fue imparable. Ya que no hay legislación sobre referendos de este tipo, el primer ministro británico, David Cameron, acordó con el líder independentista, Alex Salmond, las bases para realizarlo legalmente y hacerlo, además, con una simple pregunta, un sí o un no. La campaña también ha sido envidiable, con mucha participación ciudadana en ambos campos y escasa crispación. Que haya sido así tiene su explicación en la larga tradición democrática británica y en la historia.

Escocia forma parte del Reino Unido desde hace 307 años, cuando se unió a Inglaterra en un acto de voluntad. Ambas naciones, dentro de una Unión en la que también estaban Gales e Irlanda, dieron al mundo la revolución científica y la revolución industrial, construyeron el Imperio británico, ganaron dos guerras mundiales y crearon el Estado del bienestar. Luego todo se torció. Escocia fue la gran víctima de una política ultraliberal que acabó con el Estado fuertemente social que siempre la había caracterizado. No es casualidad que el Partido Conservador tenga un solo diputado escocés en el Parlamento de Westminster y en ocasiones no ha tenido ninguno.

NUEVA SOCIEDAD

En la aspiración independentista de Escocia la identidad tiene un peso muy limitado (los escoceses nunca han apostado por recuperar el gaélico, por ejemplo) y nadie les discute que sean una nación. Lo que de verdad pesa es el rechazo frontal a unas políticas y unos políticos que les han abandonado destruyendo el tejido social en el que se sustentaba. Lo que desean sus habitantes es una nueva sociedad, mejor, más igualitaria y más próspera. Gane el sí o gane el no el jueves el referendo dejará profundas cicatrices y su onda expansiva llegará a Europa, porque en ambos casos, el Reino Unido deberá pagar muchos platos rotos.