Decía Goethe que las cartas sinceras reflejan el alma de sus firmantes. Simon Sebas Montefiore debe opinar lo mismo que el genio alemán porque ha invertido muchos años y búsquedas en la recopilación de una exquisita y apasionante correspondencia de epístolas, selecta por sus autores y tan amplia en sus temáticas que el antólogo ha visto necesario clasificar todas esas misivas, la mayoría de interés histórico, por bloques temáticos: Caída, Despedida, Locura, Liberación, Amor, Poder, Destino, Guerra, Sangre, Familia, Creación…

Escrito en la historia (Crítica) nos invita a entrar en los gabinetes, escritorios, alcobas, tiendas de campaña, cualquiera de los lugares íntimos desde los que Lucrecia Borgia escribió al papa León X; Franz Kafka a su editor, Max Brod; Churchill a su esposa, Clementine; la bella Henriette al seductor Giacomo Casanova; Leonard Cohen a Marianne Ihlen; Abderramán III a sus hijos; Che Guevara a Fidel Castro; Oscar Wilde a Robert Ross; Nikita Jruschov a John F. Kennedy; Ricardo I a Saladino; Abraham Lincoln a Ulisses S. Grant; o el marqués de Sade a «todos esos estúpidos malvados que me atormentan», y así hasta un largo etcétera de cartas íntimas, apasionadas, violentas, amistosas, crueles, reivindicativas, delirantes, en cuyas líneas, escritas con cálamo, en tablillas, con plumas, en pergaminos, con bolígrafos, en papel perfumado o basto lloran y ríen todas esas almas con corazón de tinta.

Algunas destacan por su absurda visión, como la larga carta en la que Hitler analizaba para Mussolini las campañas de la II Guerra Mundial. O por su extraordinaria viveza y emoción, como la carta en la que Plinio el Joven describía al también historiador Tácito el trágico modo en que su abuelo, Plinio el Viejo, había muerto bajo las cenizas del Vesubio, describiendo su lucha por escapar de la Pompeya en ruinas y de los mefíticos vapores del volcán. O cartas que impactan por su cuartelero estilo, como aquella en la que Marco Antonio confesaba a Octavio que se estaba acostando con Cleopatra.

Un libro para disfrutar del lado más personal de grandes personajes históricos, de la propia historia y, como decía Goethe, de las palabras del alma humana.