El ejemplo del escritor Fernando Martínez Laínez es el de un luchador de la literatura, el de un corredor de fondo que hace mucho ya que publica y va seduciendo a variados públicos. Pues lo mismo trabaja la novela policíaca que el libro de viajes, la biografía, el relato fantástico, de misterio, el reportaje periodístico, la crónica o el informe de investigación. Su último libro, que picotea de varios géneros, se titula Escritores espías , y es una pequeña joya literaria, amén de un excelente compendio documental sobre un puñado de escritores que han merecido su atención.

Martínez Laínez aplica en esta ocasión su lupa a aquellos príncipes de las letras que, seducidos por el desafío del espionaje, participaron en misiones secretas, bien al servicio de sus gobiernos, bien de otros poderes más o menos en la sombra. Entre los españoles, el autor ha destacado a tres: Cervantes, Quevedo y Josep Plá.

Del primero, el inmortal autor de El Quijote, destaca sus intrigas en el norte de Africa, coincidiendo con su cautiverio y con sus esfuerzos para regresar a España. En el caso de Francisco de Quevedo, Martínez Laínez aporta cartas y documentos que lo vinculan con las intrigas del duque de Osuna y el espionaje en los reinos de Italia. Tras la lectura de esos testimonios no queda duda alguna de que el feroz rival de Góngora fue, en efecto, un espía al servicio, indistintamente, de la corte y del mencionado aristócrata, y que sus misiones fueron múltiples, e inspiradas por el riesgo y por un amor patriótico hacia su país. Distinto sería el caso de Plá, que espiaría para las tropas de Franco desde el clan de exiliados conservadores del sur de Francia. Parece ser que el autor de El cuaderno gris patrullaba la costa marsellesa en un yate camuflado que servía informes sobre el movimiento de la marina de guerra republicana en el Mediterráneo. A cambio de sus servicios, Plá, que entró en Barcelona con las tropa franquistas, aspiraba a ser nombrado director de La Vanguardia , pero sus ambiciones se esfumaron en favor de otro periodista del régimen, Manuel Aznar, abuelo del ex presidente del gobierno, que sería quien se alzase con la dirección el principal rotativo catalán. A partir de esa decepción, Plá se refugió en su masía de Palafrugell, desde donde alumbraría una obra inmortal.

Martínez Laínez nos cuenta las peripecias de otros muchos escritores que se dejaron seducir por el brillo del espionaje. Daniel Defoe, por ejemplo, que organizó una red de espías en Edimburgo, en pleno conflicto de la anexión de Escocia. Un Defoe que pasa por ser el primer periodista de sucesos, pues visitaba las cárceles, para entrevistar a los criminales, y asistía junto a los patíbulos a las ejecuciones públicas, que reportaba en crónicas para los periódicos de la época. O el caso de Marlowe, anterior al suyo, que murió en una reyerta con espías y que tal vez, quién sabe, se reencarnó secretamente en un tal William Shakespeare, cuyos dramas, curiosamente, se inspiraban en las mismas crónicas históricas que los suyos. O los casos de Voltaire, de Graham Greene, de Le Carré, de tantos otros...

*Escritor y periodista