Escribo estas líneas con una preocupación: probablemente he escrito demasiado. Si no hubiese escrito tanto es posible que hubiese llamado más la atención. Quizá es una reflexión vanidosa...

En todo caso he escrito sin hacer ningún cálculo, llevado por un impulso que me satisfacía, por no decir que me arrastraba. Sin ningún propósito. De hecho, escribiendo aún soy feliz, aunque esta palabra, feliz, quizá sea exagerada. Escribir es muy fácil, pero ya es un poco más complicado acertar el qué, el cómo y el cuándo de la escritura.

La escritura puede resultar muy feliz o muy engorrosa, como sucede con las personas. Si no eres un genio -o si no crees que lo eres- puedes toparte con problemas nada agradables.

Escribir no es siempre un arte fácil, y empieza a tener valor cuando el ejercicio de escribir deja de serlo. Escribir a menudo no supone garantía de calidad, pero es cierto que se puede hacer un aprendizaje. Y esto exige dos virtudes que no siempre son fáciles: capacidad y paciencia. Yo admiro, francamente, a algunos escritores franceses que leí cuando era joven. En un diario de pensamientos que he reencontrado en casa, André Maurois dice que un escritor vulgar describe los tipos de la realidad, mientras que el escritor de talento describe los tipos que la sociedad desea.

Y aún más rotundo: para un escritor célebre, el hecho de llegar a la vejez es posible que haga que sea más admirado por sus años de supervivencia que por sus libros.

Hay una sentencia que siempre será válida: las cosas van como van.

*Escritor