El reciente conocimiento del filósofo alemán, de origen coreano, Byung-Chul Han me ha impactado, ya que reflexiona en profundidad sobre el mundo globalizado e hiperindividualista, fijándose en temas, como la tendencia a hacer todo igual expulsando lo distinto, la depresión en la sociedad del rendimiento, el trastorno por déficit de atención con hiperactividad, el síndrome de desgaste ocupacional, el consumismo, el exceso de información, la sobreproducción, la autodestrucción, el miedo, la globalización y el terrorismo.

Me fijaré hoy en su libro La expulsión de lo distinto. Percepción y comunicación en la sociedad actual. En su último capítulo, Escuchar afirma: «En el futuro habrá, posiblemente, una profesión que se llamará oyente», donde analiza las características de quienes quieran desempeñar este oficio. Este pronóstico se basa en la progresiva pérdida de nuestra capacidad de escuchar. El oyente que necesitaremos, y al que probablemente pagaremos para que nos atienda, será la figura emergente de una sociedad empeñada en un progresivo narcisismo, que nos abstrae de lo importante para encerrarnos en lo anecdótico. Que nos hace olvidar al otro para revivirnos permanentemente reconcentrándonos en el ego.

Escuchar no es un acto pasivo, sino una actividad humana, que consiste en dar la bienvenida al otro, es decir, afirmar al otro en su alteridad. La escucha antecede al habla. Escuchar es lo único que hace que el otro hable. Invita al otro a hablar. El oyente es una caja de resonancia, en la que el otro se libera hablando. Así, escuchar puede servir de terapia para el otro.

La actitud responsable del oyente hacia el otro se manifiesta como paciencia. La pasividad de la paciencia es la primera máxima de la escucha. El oyente se pone a merced del otro sin reservas. Quedar a merced es otra máxima de la ética de la escucha. La escucha es lo único que ayuda a hablar a los demás.

En la comunicación analógica tenemos por lo general un destinatario concreto, un interlocutor personal. La digital, por el contrario, propicia una comunicación expansiva y despersonalizada, que no requiere interlocutor personal, ni mirada ni voz. En Twitter estamos enviando mensajes, pero no van dirigidos a una persona concreta. Las redes sociales no fomentan necesariamente una cultura de la discusión. Las manejan a menudo las pasiones. Las shitstorms, «tormentas de mierda», término usado por el autor en su libro El enjambre, o los linchamientos digitales, son una avalancha incontrolable de pasiones, que no sirven en absoluto para construir una esfera pública.

De la red obtengo información sin dirigirme personalmente a un interlocutor concreto, ni tengo que desplazarme al espacio público. Por el contrario, hago que la información venga hacia mí. La intercomunicación digital me interconecta y a la vez me aísla. Elimina la distancia, pero la falta de distancia no genera una cercanía personal. Sin la presencia del otro, la comunicación degenera en un intercambio incontrolado y acelerado de información. No entabla relación alguna, solo una conexión. Es una comunicación sin una cercanía vecinal. Escuchar es algo muy diferente a intercambiar información. Sin vecindad, sin escucha, no surge ninguna comunidad. La comunidad es el conjunto de oyentes.

En Facebook no se citan problemas que se puedan abordar y comentar en común. Lo que se emite es sobre todo información, que no requiere discusión y que solo sirve como promoción del remitente. Ahí no se nos ocurre pensar que el otro pueda tener preocupaciones ni dolor. En la comunidad del «me gusta» uno solo se encuentra a sí mismo y a otros que son como él. No es posible discurso alguno. El espacio público es el encuentro con otros, hablo con otros y los escucho.

Por eso, la escucha tiene una dimensión política. Es una participación activa en la existencia de otros y también en sus sufrimientos. Es lo único que enlaza a los hombres para que configuren una comunidad. Oímos muchas cosas, pero perdemos cada vez más la capacidad de escuchar a otros y de atender a su habla y a su sufrimiento. En cierta manera, cada uno se queda a solas con sus sufrimientos y sus miedos. No hay enlace alguno entre tu sufrimiento y el mío. Esa es la estrategia del poder dominante, la de privatizar el sufrimiento y el miedo, para impedir su socialización, su politización. La politización significa la trasposición de lo privado a lo público. Hoy lo público se disuelve en la esfera privada.

La voluntad política de crear un espacio público, una comunidad de la escucha, el conjunto político de oyentes, está disminuyendo radicalmente. La interconexión digital propicia este proceso. Internet no se muestra hoy como un espacio de acción común y comunicativa. Mas bien es un espacio de exposición del yo, en el que cada uno se autopublicita. Internet es una caja de resonancia del yo solo y aislado.

En una sociedad de rampante sordera, escuchar es un acto subversivo. Si todos nos escucháramos más y mejor, acabaríamos con la incomunicación familiar, el sexismo, el racismo, la homofobia, la xenofobia, en fin, contra cualquier tipo de discriminación y violencia. La sociedad del futuro, dice Byung- Chul Han, «podría llamarse una sociedad de los oyentes y de los que atienden». Practiquemos entonces el ser todo oídos sin la molesta boca. Demos paso al silencio. Escuchemos, como hacen nuestros políticos.

*Profesor de instituto