Hoy suele ser habitual encontrar en las aulas de las escuelas públicas, situadas en los barrios de las grandes ciudades con un alto porcentaje de familias inmigrantes, niños de muy diferentes culturas, razas y lenguas, convirtiéndose en algunos casos en auténticos guetos escolares. Precisamente por ello, bastantes expertos opinan que ese fenómeno socio-pedagógico ha dado lugar a la mayor crisis jamás conocida de la escuela, ya que, como afirma el profesor Gimeno Sacristán, no es realista pensar que una institución tan tradicional como la escuela sea capaz de asumir la diversidad en su totalidad, no sólo por cuestiones económicas, de espacio, de tiempo, o de formación del profesorado, sino también, y sobre todo, porque la principal misión de la escuela es la homogeneización del alumnado en torno a la aceptación de los valores hegemónicos de cada sociedad.

EN LUGAR de aceptar claramente esa crisis, una buena parte de los políticos han tratado de convencer a los ciudadanos de que es posible el respeto y la valoración de la diversidad en el interior de las escuelas, simplemente realizando un cambio importante en el discurso teórico, no dedicando los recursos necesarios para hacer posible la individualización de la enseñanza y sin modificar al mismo tiempo la esencia de la pedagogía más tradicional.

En la actualidad, desde posturas idealistas, en muchos casos tildadas de progresistas, se defiende el valor de la diferencia como eje vertebrador de los fines de la educación y de los modelos organizativos inclusivos, cuando en el seno de la sociedad aumenta la xenofobia y el "tanto tienes tanto vales" es considerado el leit motiv de la integración y el reconocimiento social. El resultado es la coexistencia de ese discurso teórico con el funcionamiento de guetos escolares para los niños procedentes de la emigración. Pretender legitimar el discurso en pro de la diversidad desde una perspectiva estrictamente pedagógica es olvidarse de que el sistema escolar es como es no por casualidad. Desde los clásicos estudios llevados a cabo por Bourdieu y Passeron hasta hoy, abundan los datos demostrativos de que la escuela reproduce y legitima los valores sociales de cada momento histórico.

NO HAY QUE SER muy experto en temas pedagógicos para darse cuenta de que el problema del bajo rendimiento académico y de la escasa motivación de la mayor parte de los alumnos inmigrantes no se soluciona con parches técnicos, tales como la implementación de ciertas adaptaciones curriculares, o con un discurso teórico en defensa del valor de la diversidad. Más bien habría que incidir en la transformación de las bases ideológicas que sustentan el currículo oculto escolar, lo cual es lo mismo que decir que la enseñanza de esos niños requiere un currículo de semejante nivel y calidad que el destinado a los alumnos pertenecientes a la nueva sociedad en que están insertos, pero al mismo tiempo radicalmente distinto en lo que respecta a las raíces culturales del mismo.

UN CAMBIO RADICAl de ese paradigma idealista implica aceptar que la contradicción principal entre la realidad escolar y la diversidad cultural no es de tipo superestructural (centrada exclusivamente en las políticas educativas), sino estructural (tiene que basarse en la relación escuela-sociedad). En unas sociedades basadas en la competitividad individual, en la creencia del predominio de una cultura sobre las otras y en la desigualdad de las oportunidades, no es posible una educación intercultural igualitaria. Como afirma Giroux, "La aceptación del multiculturalismo no es simplemente un problema educativo. En el fondo trata de la relación entre la política y el poder, entre un pasado histórico y un momento presente en el que la segregación racial aparece calculada, extremadamente racional y provechosa".

EN UNAS SOCIEDADES como las actuales, donde el respeto a la ley de la oferta y la demanda se ha convertido en el valor supremo de las relaciones de producción y donde el poder adquisitivo es el que marca las diferencias de clase, la escuela no puede convertirse en la institución niveladora de esas diferencias. "En ese contexto social y político la escuela es un ritual de iniciación que introduce al neófito en la sagrada carrera del consumo progresivo, un ritual propiciatorio cuyos sacerdotes académicos son los mediadores entre los creyentes y los dioses del privilegio y del poder, un ritual de expiación que sacrifica a sus desertores, marcándolos a fuego como chivos expiatorios del subdesarrollo" (Illich).

Los guetos escolares, saturados de niños inmigrantes, son un subproducto endógeno de una sociedad racial y xenófoba, imposibles de erradicar sin subvertir radicalmente la estructura social en la que se encuentra inserta la escuela. Y mucho menos si, además, los gobiernos subvencionan escuelas que a través de mecanismos muy sutiles impiden que puedan acceder a sus aulas ese tipo de niños.

Catedrático jubilado de Pedagogía, Universidad de Zaragoza