Arrastramos en España los de mi generación un recelo atávico contra cualquier forma de autoridad que vista uniforme, y todavía no nos hemos sacudido ciertos tópicos que, a estas alturas, tendrían que estar más que superados. No ayuda nada lo poco que ha trabajado en comunicación alguno de estos cuerpos (aunque la Policía Nacional, por ejemplo, ha ganado muchos fans en redes sociales gracias a un uso hábil y sin complejos de sus posibilidades). Por eso, cuando leemos noticias como la de ese policía nacional que fue a detener a un ladrón de potitos y acabó pagándolos de su bolsillo, nos sorprende y nos enternece tanto. Como si un policía no fuera, por encima de todo, una persona. Durante esta pandemia, he visto a madres de agentes quejándose de que sus hijos iban a cumplir con su deber sin equipos adecuados. He visto a patrullas de la Local felicitando el cumpleaños de niños confinados con las sirenas a todo trapo. He visto al Ejército desinfectando residencias de ancianos, focos del virus a los que nadie más se quería acercar. He visto a personas ayudando a personas, que es lo que son los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado. Leo la noticia del policía y los potitos y pienso que hizo aquello para lo que se hizo del Cuerpo, servir y protegernos. Por eso, me niego a que la ultraderecha se apropie de la imagen de miles y miles de individuos de ambos sexos que se ocupan del orden y la seguridad de los ciudadanos. Por envolverse en la bandera, por posar disparando un fusil, ni se es más patriota ni mejor español. Acudir a una llamada por robo, entender la situación y solucionarla con bien para ambas partes, eso es trabajar para la sociedad. Gracias por su servicio, agente.

*Periodista