El espacio donde en mayor medida desarrollamos nuestra vida, ora pequeño pueblo, ora gran urbe, no es sino una parcela acotada de la naturaleza, un ámbito domado y sometido al particular designio humano, el cual le proporciona unas características únicas, habitualmente calificadas de artificiales, lo que también implica añoranza de un contacto real con aquella naturaleza presuntamente desaparecida bajo el asfalto.

En ciertas circunstancias, como las derivadas de un confinamiento, el exiguo espacio vital queda restringido a la vivienda y a lo que desde ella se percibe a través de ventanales y terrazas, las cuales cobran así una relevancia especial, hasta entonces menospreciada. Y cuando la restricción tiene lugar a escala municipal, parques y jardines, césped y arbolado, nos trasplantan a la cara amable del suelo pavimentado, tantas veces humillado con basuras o excrementos. Un dominio ciudadano descuidado y pleno de las cicatrices que le ha conferido el paso del tiempo; una heredad que todavía hemos de aprender a apreciar en su justo valor.

El ámbito en el que se desenvuelve nuestra existencia cuenta. Y cuenta mucho. Desde el pequeño apartamento a la urbanización del entorno ciudadano. Por ello es tan importante su concepción y estructura, de todo lo cual responde el arquitecto que las proyecta, primer garante de la armonía entre el hombre y su hábitat. Tal y como lo hace Carme Pinós, a quien se debe entre otras obras el diseño del CaixaForum zaragozano y a cuya trayectoria profesional se dedica en la actualidad una exposición en el Museo ICO de Madrid, la primera muestra protagonizada por una mujer y que, precisamente, lleva por título 'Escenarios para la vida'. La arquitectura crea paisajes, crea ciudad. Pero, sobre todo, construye el marco donde transcurrirá la mayor parte de nuestra vida.