Se reunieron PP y Cs en (vino Maroto, el desastre electoral personificado, y por los naranjitos estuvo al final Pérez Calvo, que si no le da un ansia). Se pusieron de acuerdo en diez puntos programáticos, propuestas de uso común y corriente que ni siquiera se molestaron en adaptarlas un poco a la cosa aragonesa. Ya está, declararon los portavoces de ambos partidos. Ahora, añadieron, hablaremos con el PAR para rematar la jugada y repartir sillones. ¿Y Vox? ¡Ah!, Vox es absolutamente imprescindible pero nadie quiere hablar de cómo ha de entrar en la partida, a cambio de qué o en qué plan. Es como uno de esos familiares impresentables que nadie quiere invitar a las fiestas de cumpleaños. De ahí que Abascal se esté mosqueando. Entre el ninguneo por parte de las derechitas cobardes (pero bordes) y la obligación de tener que responder las preguntas de los periodistas, el hombre está que no vive.

«Entre la espada y la pared, yo cojo la espada», dijo el indignado jefe de Vox, encarnándose por un instante en el capitán Alatriste. Lo cual da una pista de la salida que PP y Cs podrían darle al primo inconveniente: encargarle las recreaciones históricas. Toledana al cinto, morrión de acero, pancera y correajes, los estandartes de ¡España! ondeando al viento y que muerdan el polvo (aunque sea de mentirijillas) herejes, turcos y franceses (católicos pero siempre traidores; mira ahora el Macron).

Hubo un momento en el que los gurús del progresismo aconsejaban ignorar a Vox. Sin embargo, ese partido nos ha de proporcionar momentos deliciosos. Mucho más inquietante resultaba ayer, por ejemplo, el informe de la Fiscalía del Supremo invocando al jurista y filósofo austriaco Hans Kelsen fuera de todo contexto (no cabe comparar lo de Cataluña con la toma del poder por los nazis) y no muy en línea con las ideas del padre de la teoría pura del Derecho. O, de remate, el auto del mismo alto tribunal suspendiendo la exhumación de Franco con una argumentación y una terminología a la altura del propio caudillo.

Como para tomarlo a broma.