«Emás fácil obtener lo que se desea con una sonrisa que con la punta de la espada». Esta frase de Shakespeare no parece que sea tenida en cuenta en esta campaña a la hora de atraer votantes. Nos reímos de, y contra los políticos, pero no entre ni con. El buen humor ha desaparecido del escenario electoral. Cuando se usa, es un humor corrosivo para que los afines hagan sangre contra los adversarios. La sonrisa fotogénica es artificial, la natural queda para la intimidad no sea que pueda ser confundida con debilidad. En una campaña como la actual, goyesca a garrotazos sobre el barro, el sentido del humor sería como una lluvia fina de primavera. Eficaz para germinar en el campo electoral, refrescante ante el sofoco de la agresividad y limpia ante las salpicaduras de exabruptos. Pero ni está ni se le espera. Los estilos de liderazgos en los partidos han estado más preocupados en sonreír, por pavor a una mala foto, que en conectar gracias a una sonrisa construida con habilidad y elegancia. Lo más parecido que tenemos es el uso de la ironía, como mecanismo más inteligente, que suaviza su dureza con un contenido más elaborado. Pero nada más. La risa es una respuesta física y psicológica que compartimos los humanos y algunos primates. Pero el sentido del humor empatiza, comunica contenido y conecta socialmente. Algo que pertenece, exclusivamente, a las personas. La distancia entre el debate político amable y la polarización que prevén las urnas se refleja en la realidad de lo cotidiano a través de una curiosa paradoja ¿Se dan cuenta que no hay campaña electoral en la calle? No hay tensión social concreta y, al mismo tiempo, existe una fuerte movilización que nos puede llevar a un gran registro participativo en las urnas. Nos han interiorizado tanto la crispación política, inoculada sin mesura en los últimos años, que se evidencia una cierta frialdad externa. A esta paradoja le sentaría de maravilla un mensaje macerado con buen humor. Es lo que más teme un discurso agresivo. Que se desactive su contenido con una sonrisa inteligente. Por eso el tremendismo está abocado al fracaso, siempre y cuando no le haga el juego el resto de actores. Y a veces es difícil respirar fuera de una atmósfera, llena de tanto esfuerzo destructor inyectado en nuestros pulmones emocionales.

La psicología aplicada a la estrategia electoral ha comprobado, en reiteradas ocasiones, la eficacia de contrarrestar con ejemplos llenos de buen humor otras opciones aparentemente más potentes. Uno de los más llamativos se produjo a finales de siglo pasado en Sudamérica. Me refiero al referéndum celebrado en Chile en 1988 sobre la continuidad del dictador Pinochet. Por cierto si esa estrategia se hubiera impuesto, sólo dos años antes, en España en 1986, los que defendimos la salida de la OTAN de nuestro país, hubiéramos tenido una noche victoriosa en marzo de ese año. Pero hoy los estrategas electorales no han querido tener en cuenta ese episodio, que tanto nos enseñó y que debe ser materia de estudio en psicología social. Nos lo contó, cinematográficamente, el director chileno Pablo Larraín en su película No, estrenada en el año 2012. En la película relata la pugna de los responsables políticos, dentro de la oposición democrática, entre quienes querían destacar los crímenes y el terror de los militares chilenos y quienes optaban por liderar, desde el contraste, un nuevo mensaje lleno de futuro. Estos últimos salieron victoriosos. Costó un gran esfuerzo, comprensible, de asumir por todos aquellos que tenían a sus familiares muertos, desaparecidos o en prisión. La campaña aprobada enfatizaba el color y el buen humor. Tenía en la sonrisa el mejor elemento de sintonía con la mayoría del pueblo chileno. El logotipo que los representaba en las urnas era un arco iris pletórico de vida, que surgía tras la tormenta de muerte del régimen en el poder. Por si faltaba algo, compusieron un himno, Chile, la alegría ya viene, que multiplicaba la fuerza del mensaje con una música tan vitalista que bien podía haber promocionado la cola más famosa del mundo. Ganó el no a Pinochet por un 56% y llegó la democracia. Hoy, en cambio, las estrategias electorales se adaptan a los medios, y no al revés. Lo que es erróneo. Una época analógica sin internet ofreció toda una lección de cómo ganar con una sonrisa frente al terror de la dictadura militar. Nada que ver con la actualidad, afortunadamente, pero mucho que ver con la utilización de mensajes y estrategias tremendistas del pasado en blanco y negro. En el siglo XXI conviene leer y estudiar a los clásicos. En el fondo, tanto la frase inicial del famoso dramaturgo inglés, como lo ocurrido en Chile tienen mucho que ver con lo que hoy nos acerca y aleja de las decisiones electorales. También en España, la alegría ya viene.

*Psicólogo y escritor