Que España anda dividida y controvertida está a la vista. De nuevo sufre en sus carnes heridas y moratones, moratorias de afectos, desgarros políticos y engorros sociales, desencuentro consigo misma. Es la piel sufrida y elástica del viejo toro, la península compuesta de ínsulas, reinos de taifas o regiones. Lo peor es cuando la España controvertida se convierte en contra/vertida o vertida en contra. Pues que España ande controvertida no es tan malo, significa que está viva y colea, que jalea esto y critica lo otro, que no está muerta. Caro Baroja decía que las paredes de nuestra democracia deben poder aguantar las diferentes pintadas realizadas en ellas.

En efecto, una persona, familia o sociedad, un Estado o Iglesia, está acabada sin controversia ni pluralidad, ya que la vida humana o existencia es controvertida. La realidad controvertida puede así dinamizarse, a no ser que la contra se haga insoportable. Lo insoportable proviene de la violencia, la violencia real que supera la violencia meramente simbólica y arremete con fuego. Podemos soportar la violencia cultural y aún contracultural, pero no la violencia como violentación y violación de la convivencia, porque entonces el adversario se convierte belicosamente en enemigo. Pues bien, la mejor medicina contra la violencia violadora de derechos y libertades es la idea programática y pragmática de la «complementaridad» mutua en un ámbito o territorio amplio.

Y eso es España, un país complementario de paisajes y paisanajes, de norte y sur, montaña y mar, mediterráneo y atlántico. Tenemos en común la historia y la cultura, la religión y la civilización, colores de banderas, sabores gastronómicos y olores campestres, ideales y luchas, fracasos y tormentos. Por eso hay una España catalana o vasca y un País vasco o catalán españoles. Como ha dicho M. Valls, ser catalán es una de las formas más bellas de ser español, y yo diría viceversa, ser español es serlo brillantemente en catalán. Sí, ya sé que esto les suena a armonismo o concordismo a algunos, pero también la propia música nos reúne y diferencia al mismo tiempo, lo cual significa la riqueza de España. Separarse significa aislarse y un hombre solo o aislado siempre está en mala compañía, como anotaba sagazmente P. Valéry.

Nos une especialmente la lengua española a modo de interlenguaje de lenguas diversas pero no adversas. La lengua española es también la lengua internacional que nos reúne con el continente americano y más allá. Es la lengua de Cervantes la que nos comunica entre nosotros y el mundo, encarnando así no España frente a España sino esa tercera España abierta, defendida por Ortega y Menéndez Pidal, S. Madariaga y S. Albornoz. La tercera España es la mediadora entre las dos Españas y más, la democracia que posibilitó A. Suárez desde el centro democrático y social, la España de Españas, cultura de culturas, capaz de remediar nuestros contrastes para que no den al traste. España tiene una identidad herida, de acuerdo, por eso su identidad debe ser diferida hasta curarse dicha herida en medio de Europa. Pues en la península nadie sobra, si acaso falta Portugal para recrear un común iberismo.

Hay sueños de separación o independencia que son ensoñaciones particulares o parciales de una realidad conjunta. Ya Heráclito decía que el hombre despierto solo tiene un mundo común, pero el soñador solo tiene el suyo particular. Y más jocosamente Jardiel Poncela advertía de que en la vida humana solo poquísimos sueños se cumplen, pues la gran mayoría se roncan. Hemos visto últimamente demasiados sueños que son pesadillas, demasiados ronquidos y muchas roncas o broncas. Nuestra compleja realidad debería congregarnos en vez de disgregarnos, el mundo es un pañuelo que reflota en el aire, y el aire es compartido. Tenemos en común en España una filosofía del buen vivir que debemos plasmar en el buen convivir, una sociedad abierta y europea, así como un humanismo popular que nos caracteriza (excepto cuando nos cabreamos). Los turistas concelebran nuestra fiesta y la siesta, el carácter o temperamento español, nuestra idiosincrasia de Galicia a Andalucía. Pero sobre todo tenemos una democracia en marcha que nada ni nadie puede detener o destruir.

Democracia significa el poder del pueblo como conciudadanía, la fiesta de la fraternidad complementaria. Porque cada parte de España tiene su propio carácter, configurando así una rica articulación de diferencias que exigen deferencia. Octavio Paz señalaba la capacidad autocrítica del español como eso, una capacidad que resulta autoreprimida en otros países más chovinistas o egocéntricos. Por ello abogo por una España controvertida pero no contra/vertida, así como por una España de Españas o cultura de culturas, de signo abierto y fratriarcal. Que prosiga la controversia en España, pero pacífica y democrática, buscando salidas factibles y no febriles ni cerriles. España es complementaria: nos complementamos; pues somos una armonía disonante o discordante, y una disonancia o discordancia armónica.

*Filósofo